Literatura: El Claustro de la conciencia


Eran días en que la  libertad se hacía inapreciable en los ánimos
de cualquier hombre.  Un microcosmos, de amos
y esclavos, cuyos términos medios, eran expresados por debajo de un hipotético
amo mayor supra omnisciente, rector del pensamiento de cuanto cuerpo se
creyera  con espíritu. La voluntad
subyugada a los designios de otros sub amos, administradores fallidos del
tejido morfológico de las ideas. Una legión de esclavizadores a sueldo,
impermeables al razonamiento lógico, entrenados en la segmentación y
segregación de la esclavitud en: súper esclavos, vice esclavos, esclavos y
micro esclavos, (dentro de la jerarquía de esclavo, existían cuatro niveles:
esclavo, esclavo primero, esclavo segundo y esclavo tercero). La función de los
esclavos en este entramado, era obvia, pues, ser esclavo, a tiempo completo.
Para ascender era necesario inventar otras formas de esclavitud, explotar la
superstición, manipular con la magia, o transfigurar los efectos de la
perversión en un acto virtuoso, (los precursores de este último punto, eran
nominados al premio universal de la infamia y alcanzaban el grado de
esclavizadores). La ciencia era manejada por súper esclavos, dedicados
meticulosamente a fragmentar la verdad en micronésimas partes hasta  debilitar su fuerza, de tal modo que sin la
menor discreción, se confundiera con la mentira. Si por alguna razón aprendida,
las reflexiones de algún esclavo tenia la osadía de abordar las alas de una
identidad diferente a la suscrita, era derribada por la metralla (la reflexión,
no el esclavo), el sujeto era estigmatizado con los colores del enemigo útil,
necesario para la siembra del odio y  la
germinación de la guerra, que a su vez, era imprescindible para el purificador
proceso de profilaxia social, que según los súper esclavos, informantes de los
sub amos, reducía, notablemente el índice de felonía involuntaria; dado que: la
traición a voluntad y con fines materiales, era justificada, siempre y cuando
redundara en beneficio del sistema.

Los micro esclavos, constituían el mayor
número de individuos en este viciado régimen, se les permitía ver por un solo
ojo y, algunos colores estaban suprimidos del medio espectro visual, cada uno
debía subsistir con una dosis de aire para respirar (sabiamente racionado) al
mes. Veneraban con estricta devoción al amo mayor, solían desdoblarse en loas
durante los actos de culto, los cuales eran de carácter obligatorio,
prioritario y consecuentes. Eran los responsables de ejecutar los edictos de la
muerte, los cuales transmitía el amo mayor, a uno de los sub amos,
materializando su omnipresencia en el cuerpo de insignificantes aves voladoras,
cuyos cantos, eran traducidos al idioma oficial al pie de la letra gracias, a
la sabiduría, que desde hacia tiempo, era lo único que se podía heredar,
suprimiendo así, la nociva costumbre de conocimiento por cultivación del
intelecto que tanto daño le ha hecho al pueblo y al mismo tiempo, decapita esas
odiosas presunciones pequeño burguesa como es la cognición.  

Antes de cada actividad de orden  fisiológica, era obligatorio (y además
necesario) entonar los himnos de gratitud compuestos en honor al amo mayor,
quien según los súper esclavos, fue quien popularizo por medio de leyes
justas  y acertadas una facultad, que
antes de él, sólo era privilegio de algunas castas.

En medio de la lisonja por lo absurdo, en
que aprendieron a vivir los esclavos, algo se calculó mal, o se midió con
instrumentos erráticos. El miedo mutó en inconformidad y la sangre en el ojo
autorizado para mirar, obligó, a abrir el otro ojo y ver de frente, al micro
esclavos, de frente (literalmente), apuntando armas homicidas, con la “sana”
intención de matar: profilácticamente.

Cuando los destellos del fogonazo, por el
efecto de reflexión dejaron ver la claridad, sublime y realmente suprema que
irradia la libertad,  era tarde, la bala
ya había penetrado al claustro de su conciencia.

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