LITERATURA. Ganando también se pierde.

Por. Lúdico Ognimod
Llegó con media hora de antelación, por si las leyes de Edward Murphy
planeaban conspirar en contra de su tozuda noción de puntualidad, el
trato en la antesala no pudo haber sido mejor, once minutos bastaron después de
la hora pautada para ser recibido por un influyente ejecutivo, bien trajeado y
de actitud sumamente amable, estrechones de manos seguidos de una breve
presentación personal ligeramente exagerada por ambos, sirvieron para la
habitual ruptura del hielo, recomendación imprescindible de los manuales especializados
en el tema.  

Enio Vandermosth se había iniciado en el
campo laboral a muy temprana edad, ejecutando múltiples oficios. Antes de que
la Escuela Técnica lo acreditara oficialmente como perito en ciencias
industriales, ya su incisiva intuición le había moldeado una visión muy
particular en los asuntos inmersos dentro de la atmosfera de la
entrevista.  Su mente, embriagada de los
aconteceres deportivos del momento, que hacían salir del sopor rutinario los
días de la gente común,  representaba
casi todos los acontecimientos que transcurren en el curso de la vida, como una
pelea de boxeo, donde, intentas golpear a alguien que necesariamente, no tiene
que ser tu enemigo,  y de acuerdo al daño
que infrinjas a la humanidad de aquel inocente imparcial, obtendrás en
proporción lugares en una escala esencialmente discriminatoria de perdedores en
el extremo inferior y ganadores en la otra mitad.
Su imaginación trasvolaba el brillante
escenario donde, dos pugilistas, en apariencia, sin más argumentos que la
fuerza se desafiaban mutuamente  por un
trofeo, la gloria, un poco de fama y algunas resultantes de índole económica
parecían impalpables para la muchedumbre que aupaba a su favorito con cierta
vehemencia y sobrada emoción. Esto, en la óptica de Enio era la digna
representación de una entrevista de empleo: una pelea por obtener un lugar
dentro de un universo muy afín  con su
propio mundo, pero ajeno en las razones de existencia individual. Nunca se
creyó instrumento de la explotación dentro de ninguna organización, sino una
conquista de ella, sumamente valiosa y apreciable.  Se hizo la idea  de  que
cada puesto alcanzado era un peldaño en el ranking, por tanto, se pensó
retador, después campeón y luego bicampeón, tricampeón, penta  campeón 
y  etcétera.  Cuando las sucesivas ascensiones le cambiaron
el rol, si hizo dueño del cuadrilátero. Mantuvo su visión y su objetivo: ganar,
y ganar significaba elegir al más apto, al más sensato y al menos volátil de
los postulados para discernir con otro oponente dentro de sus tablas, de allí
que el resultado del combate muchas veces no se conociera sino a través del
tiempo  y aprobando las tentaciones  que se presentan para mostrar la mesura, la
gallardía o la ponderación de la vileza.

Cuando el revanchismo de las circunstancias
ideológicas lo condenaron al destierro, sus sienes curtidas  en una sabiduría ensayada de mil maneras
distintas, le habían aislado de la angustia que suele afectar al hombre cuando
pisa suelo extraño. Se conducía con una pasividad digna de admirar, había
antepuesto  ideales filantrópicos a sus
actos, un cerco ético a la menudencia de sus placeres y un culto quizás excesivo
al ejercicio de la libertad, cuya impresión inicial daba muestras de una
inexistente arrogancia. 

En los primeros asaltos de la “pelea,” Enio
daba muestras de ser difícil de conectar, -digo- de  entrevistar. El ejecutivo, lanzaba preguntas
con el objetivo de poner en evidencia las debilidades de su interlocutor, era
su trabajo, no había malicia en su actitud. Enio, respondía pausadamente, con
actitud de maestro, extraía con finura los adjetivos, paseaba sin presumir por
los lineamientos filosóficos y remataba con tecnicismos fundamentados en
acepciones pragmáticas que se convertían en interrogantes para el ejecutivo,
que sin demostrar del todo su desconcierto, esquivaba con elegancia, sin
deslucir, como un ágil pugilista. Enio indagaba discretamente más de lo que
sabía de la organización, aludía consecuentemente, a  un entorno 
comprometido fuera de los principios mercantiles, en contextos de unas
comunidades platónicas, donde la confianza y seguridad de la mayoría descansara
en los hombros de la sapiencia de unos pocos muy sabios, muy justos y muy
probos. Trataba de calcular mentalmente el índice de solidaridad oculto tras el
esfuerzo, el cociente de interés generado por cada saludo sincero, vertido del
corazón, trataba de determinar si la gente, hombres y mujeres que integraban
aquella nomina no se habían cosificado en el proceso productivo, si era un honor
compartir en la misma mesa con ellos alimentos y bebidas, si eran de los que
invitaban a los bautizos aun conociendo tus instancias religiosas, trataba de
saber, hasta donde llegaban los limites de sacrificio del equipo de trabajo,
cuales cosas tenían más relevancia dentro de la organización en la placidez de
un domingo, la puesta en marcha de una vieja maquinaria, el juego de futbol por
la eliminatoria del campeonato interempresas o el ahorro de salarios y
bonificaciones especiales. También alzaba el vuelo con su pensamiento, como las
aves cuando quieren divisar la fuente de agua e indagaba sobre las incidencias
finales del producto en caso de guerra, sus implicaciones en la mortandad de
especies diferentes a la humana o el desequilibrio en los patrones marcados por
la naturaleza. Con recelo, debatía los juicios que algunos activistas políticos
hacían de las corporaciones,  donde las
condenaban al desprecio público, como si estás, no hubiesen sido creadas,
dirigidas y controladas por personas con estructura ósea, tejido muscular y por
ende con responsabilidad.  También le dio
por cuestionar la conducta de aquellos individuos que se pronunciaban a favor
de la protección animal, pero  su medio
de vida era sustentado afilando los aceros con que se degollaba a las reces en el
matadero.

De pronto un poderoso gancho de derecha
sacudió su mentón, su cabeza dio medio giro y retornó a su lugar como accionada
por un resorte, el impacto lo aterrizó de las esferas bélicas, ambientales y
proteccionistas. – ¿qué esperabas?, te subiste a un ring, y el que se sube aquí,
es porque sabe pelear, sino quédate afuera, apostando a la sangre ajena – le
dictaba burlonamente su subconsciente- personificado en Jean Paolo Terso.
-¿Cuánto son sus aspiraciones para
emprender el cambio? Fue la pregunta del ejecutivo, flamante y tajante, como
para poner fin al combate, Enio Vandermosth sintió que ya no estaba en el ring,
sino en una pelea callejera, la cual estaba ganando, y su contrincante,  viéndose acorralado  saca una pistola, la pone sobre una mesa  y le dice: ahora yo tengo el poder.

La última palabra, dime ¿Cuánto vales?,
ponte en precio para comprarte.

El sujeto quiere saber cuánto valgo, ¿Cuál
es mi precio?, desde luego que sé con cuanto puedo subsistir, cualquier cifra
mayor que cero me es más que suficiente, él pudo haberlo determinado por sí
mismo, so juzgando  mi apariencia, no uso
corbatas ni perfume, lo que indica que soy relativamente austero, pero pudiera
ser bebedor compulsivo, tener amantes extra hogar o jugarme el estipendio en
caballos, eso dificulta la ecuación, pero, pudo haber descubierto mis vicios,
si tan solo se  habría dignado en prolongar
un poco más la entrevista. Sólo expuse mis virtudes. No puede ser que un hombre
sólo importe por sus atributos sin que pesen sus defectos. Al tipo, no le
interesa si puedo poner una nave espacial en órbita y a la vez alimentar a su
tripulación con pastel de cumpleaños incluido, sólo le importa cuánto tiene que
desembolsar el calvo de tesorería cada mes para tenerme en sus filas frente al
capta huellas de la entrada. Bueno, al fin y al cabo, aquí no están tratando de
conquistar el espacio sideral, por eso, importa poco si mis corruptas
voluntades son capaces de hacer estrellar una nave si no pagan rescate, eso valida
 su pregunta, eso pensaba Enio Vandermosth
mientras afinaba su respuesta, sabía que eso pondría fin a la pelea de modo
prematuro, si pedía mucho, seria innecesario tratar de negociar por menos, eso
lo convertía en  perdedor de facto, si
pedía poco, estaba  auto decretando su
derrota. La vida es una pelea donde los términos medios miden  la profundidad de la fosa escogida para
morar.

Suma, y ahí van los dados: dos, tres, cinco
seis, se detienen en siete salarios  mínimos al mes.  Fue como lanzar un dardo contra su mismo
pecho, lo conversado no tendría fuerza si su petición no era complacida, de
parecer alta, exagerada la cifra, temía sentir el mismo vértigo de los
criminales chantajistas frente a la víctima, le preocupaba ser tomado por
usurero, pero también aparentar ser un muerto de hambre miserable. Aun tenía el
orgullo intacto, el ejecutivo pensó un poco, hizo muecas, movió en ángulo su
cabeza, echaba números en su calculadora mientras afinaba la mirada como un
franco tirador, volvió a echar los números, pausaba el dialogo como quien va a
dar el veredicto de un concurso en televisión. 

Enio Vandermosth esperó la respuesta en silencio, con pasividad y resignación
sin  aspavientos que intentaran
justificar sus exigencias, le perturbaba el hecho de ser conminado a términos
monetarios antes de adentrarse en sus formulas inconclusas, en valorar sus
eficiencias, en derrumbar los mitos creados por su propio ego, en el fondo
reclamaba un encuentro más reñido, más controversial, con un desenlace más
intrincado en el plano intelectual , algo de lo que sintiera necesario celebrar
con  su amigo imaginario Jean Paolo
Terso. El dinero, el precio de sus ideas y su tiempo le incomodaba enormemente,
-podía trabajar de gratis si la causa lo merecía- dejó escuchar en algún
momento de la audiencia.

Insistía en preguntarse: cómo serían sus
futuros subordinados, con que casta de toros tendría que lidiar, si estaban
castrados por las navajas del sistema que los regía o eran cimarrones impolutos
en su proceder, sentía curiosidad por la actitud ciudadana de la junta
administrativa, su grado de hipocresía, ¿serán de los que omiten el uso de
tarjetas de presentación para evitar la tala de árboles, pero nunca dejan de
usar el papel higiénico que proviene del mismo árbol? Sus cavilaciones deambulaban
al libre albedrio ante la posibilidad de resultar elegido para el cargo.

La justicia y su negación siempre guardan
liebres de distintos colores dentro de sus sombreros, que suelen saltar en los
lugares más inesperados. El ejecutivo inició un breve discurso, con sus manos
entrelazadas y una sonrisa triunfalista propia del boxeador que te está dando
una paliza, en él, a manera de introducción comenzó alabando el objeto social
de aquella fabrica y su importancia en la gestión inherente al bienestar de sus
trabajadores, luego, describió el proceso de selección de gerencia media y
alta, donde entre otras cosas sentenciaba: “lo sabemos todo sobre usted, su
trayectoria, sus vínculos profesionales, sus inobjetables capacidades y hasta
sus pasatiempos favoritos”. Tal era la crudeza de estas revelaciones que a  mitad de la alocución, ya Enio no quería
trabajar en esa empresa, sentía una transgresión a su privacidad, un raro
sentimiento en fracciones de segundo se apodero de su inquebrantable animo,  antes de que su rostro diera muestras de su
dimisión, el ejecutivo se puso de pie tras de su escritorio (como para atestar
el último golpe de la pelea)  dado su
perfil y su experiencia la directiva de esta empresa previamente, a esta
entrevista me ha autorizado a contratarlo por… el doble de lo que usted pide,
bienvenido a bordo.

Enio estrechó la mano  cálida del ejecutivo  y aceptó tímidamente un entusiasta abrazo de
bienvenida, salió de la oficina adolorido por los golpes de aquel combate y con
la expresión que captan los cronistas gráficos deportivos cuando un boxeador
baja del ring, después de que ha perdido una pelea.

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