Julio César Luna: La Voz
A Julio César Luna (con ese nombre y con ese su apellido materno vendría yo a saber de él) le vería por primera vez en Bogotá, en San Diego, en los estudios de INRAVISIÓN que por los años 70 funcionaban sobre la Calle 24, abajo de la Carrera 5ta., contiguos a la Biblioteca Nacional de Colombia.
Ya había protagonizado, Luna, algunas telenovelas en Colombia no obstante haber llegado aquí -como él mismo lo confesó en incontables entrevistas- de paso. Procedía de Argentina, de Córdoba, su provincia de origen. Ya era considerado en nuestro medio como el galán de la televisión local y su “pinta” (blanco, alto, rubio, “ojiclaro”), sumada a su acento sureño, causaba estragos entre la teleaudiencia femenina.
FLACA MEMORIA
No recuerdo de manera exacta el cuándo ni el cómo fue que nos conocimos. Supongo que en el famoso “Estudio 5” del Instituto Nacional de Radio y Televisión, INRAVISIÓN, estudio (el más importante) donde se grababan -en vivo y a blanco y negro- las mejores producciones de la incipiente televisión nacional, debe haberse producido el casual encuentro. Lo vi grabar, en vivo, capítulos de Teatro Popular Caracol dirigidos por Jaime Botero Gómez; Puerta al suspenso, espacio a cargo de Jaime Velásquez; Caso Juzgado, adaptación del programa radial La ley contra el hampa que con extraordinaria acogida emitía a diario y en todo el país el Circuito Todelar de Colombia y cuya responsabilidad, para televisión, le sería encomendada al director argentino Boris Roth.
Sí: a lo mejor y fue allí, en los intermedios de las grabaciones, en la pausa de los energizantes tintos en la cafetería del lugar compartiendo momentos con las figuras de la farándula criolla, que de tanto cruzarnos terminamos -el “Gigante Blanco” y yo- saludándonos; amistándonos, así hoy ni él ni yo lo tengamos tan en claro. Alfredo González, Mario García, Lucy Colombia Arias, Mario Sastre, Rebeca López, Betty Valderrama, Alcira Rodríguez, Omar Sánchez, Luis Chiappe, Yamile y Alí Humar, Gilberto Puentes, Víctor Cifuentes, Judy Henríquez, Óscar de Moya, Aldemar García, Gloria Gómez, Camilo Medina, María Eugenia Dávila, Efraín Troncoso, etc., etc., eran las “vacas sagradas” de la actuación en televisión. Yo, joven y asustado provinciano en medio de todas esas estelares figuras, hacía mis pinitos como actor extra (Una mujer de cuatro en conducta, obra del escritor antioqueño Jaime Sanín Echeverry, me enmarcó – en una de sus escenas- tras el mostrador de un bar mientras Gloria Gómez y Roberto Reyes, protagonistas de la mundana historia, sentados a una de las mesas intentaban arreglar el conflicto de su relación sentimental).
Julio César Valotta Luna, nombre de pila, no se hizo a un nombre en el medio artístico colombiano por su talla y cara bonita. Traía “lo suyo”. Arribó a Bogotá con una experiencia importante a pesar de la juventud que se vino con él, pegada a su trashumancia ansiosa; mostró credenciales, esas que al reseñarlo daban fe de su trabajo como actor en los montajes teatrales El abanico de Lady Windermere” (Perú), El zoológico de cristal (Perú), Madre Coraje (Chile), Doce hombres en Pugna, La vida es sueño y El Apolo de Marsac, producciones estas últimas que las realizaría en su país, Argentina. Acá, en tierras del altiplano cundiboyacense, participaría en producciones de reconocida importancia como Romeo y Julieta, Aquí también moja la lluvia, Nuestra Natacha, Picnic, Vamos a contar mentiras, Casa de muñecas, El quinto miembro, obras estas que -entre otras muchas- le brindaron la ocasión de mostrar ante el público de la capital colombiana sus condiciones y aptitudes histriónicas.
Impaciencia del corazón y Diario de una enfermera fueron seriados del Canal Caracol que tuvieron al paisano de la inmensa Mercedes Sosa como coprotagonista, mientras que en el papel de actor principal su nombre brilló en los créditos de El enigma de Diana, Candó, Cartas a Beatriz, Dos rostros una vida, La Vorágine, La ciudad grita, Azúcar, María Bonita, Luna, la heredera, Amor a mil. El salto a la dirección tanto en teatro (El Hombre Elefante, Amadeus, Equs, Soñar y nada más, La comedia de los equívocos, Hamlet y Teatro Leído, 12 obras de Shakespeare) como en Teatro en Televisión (Jeremías, Mujeres mías, Revivamos Nuestra Historia, Vida de Rafael Núñez, Laura por favor -comedia semanal- , La otra cara de la moneda, Contra Viento y Marea) le llegó -como todo lo suyo- de manera sorpresiva e inesperada. Los dramatizados hacían su mejor esfuerzo por estar en correspondencia con la intención de Fernando Gómez Agudelo, primer director de Inravisión, quien se había propuesto el desafío personal y comercial de ver plantadas sobre los techos de cada casa urbana y rural de Colombia una antena de televisión. Eso, a pie juntillas, así se proyectaba.
Buenas Noches Domingo, Teatro Popular Caracol, Lunes de Comedia, Teatro Universa”, Cuentos del domingo, Las ejecutivas, Drácula y La mujer del Presidente, fueron parte del teatro que para la crítica del espectáculo de la época terminaron por favorecer a sus realizadores impulsando los aplausos de quienes tenían el privilegio de –cómodamente sentados en las salas de sus casas- verlo. Julio César estuvo ahí, presente en esas realizaciones que hoy le avalan su vida en el medio artístico. Y también en títulos de películas que como Un ángel de la calle, La muerte es un buen negocio, Intimidad en los parques, El invasor misterioso, Te busco, Préstame tu marido, etc., no lo dejan mentir al momento de sacar a relucir su trayectoria.
Alejo, la búsqueda del amor, Pero sigo siendo el Rey, La Estrella de las Baum, Tuyo es mi corazón, Los Impostores, Gallito Ramírez, Cualquier día (Canal Caracol), La Potra Zaina e Inseparables (RCN – TV), El Cacique y la Diosa, La Rosa de los vientos (Punch T.V.), son las telenovelas más significativas que dirigió y que no le permiten rebajar su inmodestia cuando entre ufano y satisfecho se refiere a ellas. Cuando antes de sacarlo de lo más profundo de su ego, mirando antes con inusual precaución para los lados, recuerda a todo aquel que quiera oírlo que de las diez telenovelas colombianas presentadas en el Salón de La Fama como las de mayor rating y recordación en la historia de la televisión colombiana, tres de ellas, Pero sigo siendo el rey, Gallito Ramírez y La Potra Zaina, fueron dirigidas total e integralmente por él.
EL MEJOR DE LOS REGALOS
Unos años atrás Luna –somos contactos en Facebook- me escribe para decirme que entre a mi cuenta de correo porque me ha enviado por esa vía “algo” y quiere saber qué tal me parece. Entro y miro. Es un audio. El archivo tiene el título de uno de los poemas de mi libro Escampadero cuya cuarta edición preparaba por aquel tiempo con mis hijas, asociadas mías en esa locura llamada El Faro En La Luna Editores que por no tener pies ni cabeza en la familia queremos tanto. Al escucharlo (el audiopoema) mi alma se eriza, llora intentando contener el llanto. La emoción de oír mi Ensueño decantado en el estilo conversacional que para este tipo de trabajos caracteriza a Julio César, me puede. No la aguanto. La voz de este amigo que no tengo idea en qué momento la vida me lo puso al frente, es una de las más hermosas y cotizadas de la radio colombiana. Tanto que por espacio de doce años sirvió, bajo contrato, como voz institucional de AVIANCA, primera aerolínea comercial de América.
No es sino apretar los ojos, no es sino abrir los oídos para que la calidez y hondura de sus matices hagan de cada una de las líneas de Ensueño un cuento aparte. Para que corran, en alas de lo inmarcesible, sueltos. Libres. Para que nos transporten y eleven por espacios donde lo increíble de su realidad es la mayor de las fantasías…
Por: RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA
Corresponsal Colombia
*Asociación Caucana de Escritores -ACE