Por la muerte de Rodrigo Silva
LLORA, LLORA, ¡OH, MÚSICA COLOMBIANA!
Por: RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA (Corresponsal Colombia)
“Ya se murió mi viejo, el mundo lo dejó. Y me he quedado solo desde que se marchó”, cantarías vos, Rodrigo Silva, recordando a tu progenitor que falleció cuando tenías un añito de edad, cuando apenas sí eras un bebé. “Ya se murió mi viejo, ya se murió mi viejo, ahora el viejo soy yo” concluirías tu composición aceptando la realidad que, en ritmo de pasillo, te arrojaba al rostro el espejo.
Fuiste, Rodrigo Silva Ramos, dueño de una voz y un sentir musical privilegiados. Lo supiste desde las noches descampadas cuando las estrellas y las leyendas del Tolima Grande al parirte en la capital del Huila bajaron y se te pusieron “a la orden” para afinarte el oído, para ponerle tono a tu garganta pues vos -admirador confeso de la canción ranchera que se había tomado por su cuenta nuestras tiendas, bares y cantinas- emulabas con reconocido éxito a Pedro Infante y Javier Solís, precursores y máximos exponentes del bolero ranchero mexicano.
El cáncer de garganta que en los últimos años convivió contigo, no obstante tu tozudez por no darle gusto a La Parca que no cejaba en su afán de arrastrarte a otros mundos, acabó por salirse con la suya y te venció el lunes 8 de este enero empezando así –de tan fatídica manera- el nuevo año.
Una vez te diagnosticaran el mal, una vez te sometieras a las varias y muy complejas cirugías que en aras de salvar tu prodigiosa voz te practicaron, nadie –aparte de vos y tu optimismo siempre en fuera de lugar- creyó que podrías volver a cantar. Y lo hiciste, como “El Barcino” de la canción que a donde vos y Álvaro se presentaban el público les pedía con reiterada insistencia, le diste pelea al Ama y Señora de lo insondable; porque como “el torito bravo” del bambuco también vos, admirado Rodrigo, “tenías alma de acero”.
En Ibagué, ciudad “Capital musical de Colombia” y capital también de la bravía provincia que durante la mayor parte de tu vida escogieras como lugar de residencia, te rendiste.
Bajaste la guardia. A tus 72 años de edad vos Rodrigo, primera voz del dueto que con Villalba conformaran sin tan siquiera habérselo propuesto (los extraños designios…), claudicaste. Entregaste tus bártulos fastidiado, a lo mejor, por lo inútil de tu resistencia (las águilas cuaresmeras, suicidas, sobrevolarían el Cañón del Combeima trazando círculos negros en el firmamento rasgado).
Sin querer queriendo…
Fuiste, ¿quién lo duda? el alma del dueto que para vos y para Álvaro, tu compañero de andanzas musicales, la vida –sin antes consultarles- decidió armarles un día del año 1966, en la población de El Espinal mientras las fiestas típicas del tradicional “San Pedro” hacían de las suyas. Mientras los sanjuaneros y los bambucos fiesteros alebrestaban con el humo y el olor a pólvora el casco urbano, los corregimientos y veredas del municipio; mientras “voladores” y “sacaniguas” alzaban los ánimos de raizales y visitantes, en la heladería “El Dorado” vos, Rodrigo, y Villalba –empujados por la euforia desbordada de parroquianos y curiosos (eso dice la historia)- se empecinaban en hacerse oír cada uno por su lado. Alzaban la voz cada uno tratando de imponer, sobre el otro, lo particular de su estilo. Vos, Rodrigo, según tus amigos y conocidos, soñabas con hacerte a un nombre como cantor del género que desde niño te trajo siempre “volando bajo”(las rancheras) en tanto que Álvaro, menos pretencioso, se conformaba con interpretar los bambucos fiesteros que por lo folclóricos le arrebataban el juicio. El subteniente de la policía Luis Ernesto Gilibert Vargas (quien a futuro ocuparía la Dirección General de la misma y nieto de JeanMarie Marcelin Gilibert, fundador de la institución en Colombia), al encontrarse ese día y hora en el establecimiento decidió intervenir en el duelo artístico proponiéndoles no continuar con esa disputa que, a su modo de ver, carecía de sentido; los instó a parar “la pelotera musical” y a tener en cuenta las excelentes condiciones de ambos invitándolos, más bien, a unir sus talentos y cantar juntos. Ante el beneplácito de la concurrencia vos y Álvaro aceptaron la sugerencia del joven oficial de la policía. Le hicieron caso, bajaron la voz y se fueron a un rincón donde todos los vieron conversar en forma por demás cordial. Se pusieron de acuerdo (ustedes y sus instrumentos) en el tema a interpretar, en las voces que cada uno habría de hacer, y al son de “Soy Colombiano”, bambuco insigne del maestro Rafael Godoy y de la música del interior nacional, alguien, un espontáneo que ofició como presentador -entre “chascarrillos y versos” y a todo pulmón- los anunciaría como el dueto “Silva & Villalba”. Así, de tan casuística manera, fue como nació tu nuevo dueto pues, antes, eras “Silva y Faccini” (Álvaro, como “Villalba & Guzmán”, actuaba igualmente por su cuenta). La nueva agrupación, “Silva & Villalba”, recogería –tiempo después- la responsabilidad de continuar con el legado de “Garzón & Collazos”, los inolvidables “Príncipes de la canción colombiana”.
¡Ay, Rodrigo! ¿Quién como vos, ahora, nos cantará –con esa “lágrima” colgando de alguna nota- los álbumes que con más de 500 canciones alcanzaste a grabar y que en adelante voltearán por ahí, extraviadas, trepando a lomo de cordillera pero esta vez de su propia cuenta? ¿Quién heredará la chispa de tu repentismo, ingenio capaz de “sacarle pelo a una calavera”? Los campos, sempiternos desolados, lo sé –no necesito que me lo digan- van a ser los primeros en echarte de menos. Porque sus caminos ya no volverán a verte a la vuelta de sus recodos tu música y tu voz de falsetes abortados (forzado por el género no sabías cómo los contenías) revivirán lo andado pero a punta de nostalgia, de agridulces recuerdos atemperados por el anís del “rastrojero”, aguardiente destilado en los alambiques caseros que te mandabas entre pecho y espalda sin hacer gestos.
-“Maestro, ¿con qué lo pasa? (el trago), dizque te preguntaron una vez, en un festival del torbellino en Tabio. Y vos, rápido, presto, ahí –sobre la marcha- soltaste la ocurrencia que la historia convirtió en anécdota:
-“Con otro”, dijiste.
Tierra de promisión
Correteaste, vos Rodrigo, por los 47 municipios del Tolima, por los 37 de tu natal Huila. No te quedó rincón de ese Tolima Grande fraccionado tras la separación en 1905 de tu departamento “opita” sin caminar con tu voz y tu música al hombro (“opa” era el saludo habitual de tu gente). “Señora María Rosa” (pasilllo de Efraín Orozco Morales), “Pueblito viejo” (vals de José A. Morales), “Oropel” (vals de Jorge Villamil Cordovez), “Espumas” (pasillo de Jorge Villamil Cordovez), “Llamarada” (vals de Jorge Villamil Cordovez), “Me llevarás en ti”, (Pasillo de Jorge Villamil Cordovez), “Me volví viejo” (José A. Morales), “Garza Morena” (bambuco de Jorge Villamil Cordovez), “La Sombrerera” (guabina de Patrocinio Ortiz), “María Antonia” (bambuco de José A. Morales), “Pescador, lucero y río” (pasillo de José A. Morales) y otras cientos de memorables canciones, fueron serenatas que – autorizadas o a escondidas- anduvieron con vos abriendo puertas y ventanas. Que, osadas, escalaron balcones.
Tolima, voz aborigen de los Panches, señaló tu trasegar con lo poético de su significación (“Río de nieve” o “Nube”) pues, aparte de ponerte a leer todo cuanto caía en tu pasión por los libros, te premió con el gen literario de tu segundo apellido. “La vena de escritor” –contarías en una entrevista- “viene desde mi bisabuelo materno Tomás Ramos Rivera, primo de José Eustasio Rivera”.
¡Imagínate! De casi nadie eras descendiente directo…De José Eustasio Rivera, del autor de “La Vorágine”, esa novela que al retratar la maldición que se ensañó en el amor del poeta Arturo Cova por su desvalida Alicia denunció –valido de la odisea literaria- la explotación del caucho y de los campesinos e indígenas esclavizados para el inhumano efecto en la selva laberíntica del Amazonas.
Los ocobos, árboles originarios del trópico americano cuyas flores “semejan grandes y crespas campanas lobuladas de tonos morado, lila, claro, rosado, blanco y amarillo”, ya no te saludarán en Ibagué con los escándalos de color que al alegrarte te apaciguaban el alma. Con esos tiempos de florecimiento que, al decir de la ecóloga Gloria Beltrán, “convierten la ciudad en una postal”.
Tu espíritu paseará, ahora (eso creo), por los sitios y lugares que jamás te cansaste de visitar: Jardín Botánico San Jorge, Represa de Prado, Parque Ecológico Ciudad Reptilia, Cerro de Pacandé, Moyas del Poira de San Luis, Cerro Machin, Parque Nacional Natural Las Hermosas, El Nevado del Tolima o Montaña Dulima como “era conocido por los nativos desde antes de los tiempos de la conquista”, y tantos otros donde tu genio y figura alzó un monumento a la música que ayudaste a entronizar en el acervo cultural de esta Colombia que amaste y sufriste como el que más.
Por los cauces de los ríos Grande de La Magdalena, del Saldaña, del Coello, del Combeima y del Anaime, del Prado, Cunday, Cabrera, y de todos los demás, río arriba el Mohán se zambullirá y emergerá braceando su dolor por tu partida. Por las orillas el Mandingas, el Poira y Los Tunjitos, acompañarán al gigante soltando plañidos en su carrera loca. Juntos el Mohán y vos, Rodrigo, en algún lugar del inframundo, encenderán y chuparán tabaco en tanto los ojos del legendario personaje –en ascuas encendidos- te pedirán cojas tu tiple y lo complazcas con “Viejo Tolima”, composición tuya en ritmo de pasillo que grabaras y que el Mito mayor de las aguas, cobijando su desnudez con sus luengas barba y cabellera, escuchará –como si fuera la primera vez- ebrio y enamorado.
“Viejo Tolima” – Pasillo – Rodrigo Silva Ramos
Qué triste quedó mi rancho y abandonado,
porque tuve con mi negra que irme de allí,
quedó mi trapiche solo, todo acabado,
ya no es la misma tierra que conocí.
Cómo añoro y recuerdo al viejo Tolima,
cómo con mi morena podía vivir,
hasta que en una tarde de crudo invierno,
tuve que con mi negra salir de allí.
Me quitaron el rancho con las vaquitas,
y aunque eran tan poquitas eran de mí,
cómo te extraño entonces viejo Tolima,
cómo quisiera ahora volver allí.
Lo que daría, por haber podido escucharlo en directo…
Gracias, René por tu magnífico artículo y por reflejar tan fielmente la pasión la vida y la esencia de lo humano y esos afectos ancestrales sin los cuales no somos nada.
Y un abrazo fuerte, amigo querido.
Carmen Nuevo, poeta querida, tu sensibilidad extrema captó a la perfección todo el dolor por la partida definitiva del inconmensurable amigo…