La rebeldía que terminó en el fusilamiento del protomártir de la gesta de independencia (II)

LA REBELDÍA QUE TERMINÓ EN EL FUSILAMIENTO DEL PROMÁRTIR DE LA GESTA DE LA INDEPENDENCIA (II)

Por: RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA
Corresponsal para Colombia

A Joaquín de Cayzedo y Cuero, antepenúltimo Alférez Real de Santiago de Cali, le cabe todo el funesto mérito de haber sido el primer criollo que ejecutaran los españoles en su proyecto político de reconquistar la Nueva Granada tras las declaraciones independentistas de esta importante colonia suramericana.

Casona de “Cañasgordas”, foto antigua de ESCARRIA.
Las vicisitudes del protomártir caleño, doctorado en jurisprudencia por el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (Santa Fe de Bogotá), claustro donde también adelantó sus estudios superiores Fray José Joaquín Escovar, verbo de la revolución caucana y figura protagónica del proyecto “Ciudades Confederadas”, inician con la marcada discriminación a la que eran sometidos él y todos los hijos de españoles nacidos en el virreinato local, trato ofensivo que los llevó a parafrasearle a la insigne comunera Manuela Beltrán su consigna “¡Viva el Rey, abajo el mal gobierno!” que exteriorizaba el agobio de los neogranadinos por la carga inaceptable de nuevo impuestos y que extendería, “como reguero de pólvora”, el inconformismo por toda la región hasta registrar su impronta en las páginas memorables de nuestra historia.
Cayzedo y Cuero, al igual que muchos de sus contemporáneos, pudieron acercarse al pensamiento liberal y libertario de Maximilian de Robespierre y de Jean Paul Marat que conseguiría – al final- salirse con la suya al sacar avante su proyecto político (revolución francesa) en tiempos del déspota Luis XVI.
Vida y sacrificios para la causa
La de Cayzedo y Cuero, Alférez Real de Santiago de Cali como también lo fueron su padre y su abuelo, es una historia de vida que -al igual que muchas otras- se vieron marchitadas “en plena primavera” por las ansias de obtener, a través de la lucha armada, un mejor destino para ellos. Para los suyos. Para la patria.
Cuentan los libros de historia que para 1810, año clave en el proceso emancipador de La Nueva Granada, el prócer caleño contaba con 37 años. Estaba en la plenitud de una vida que lo mostraba como uno de los personajes destacados del acontecer local y provincial. Casado ya, era el feliz padre de tres hermosos hijos. Tenía todo un porvenir. Pero, se atravesó lo inexorable: su deseo irrefrenable de ofrendar sus energías y mejores esfuerzos en procura de conquistar, para La Nueva Granada, las condiciones de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” que le habían virado el rumbo a Francia.
De sus incontables vicisitudes personales y patrióticas dan fe las innúmeras cartas que dejó. Los testimonios de quienes al tratarlo o conocerlo consignaron en valiosos documentos sus opiniones sobre lo abnegado de su causa, los libros que sobre este capítulo de la historia escribieron acuciosos investigadores.“Cayzedo”, afirma el historiador Armando Barona Mesa en su documento “Cali Precursora”, “había sufrido las fatigas constantes de la guerra, de los caminos feroces de las incertidumbres, y sobre todo la envergadura de una guerra con España, abierta ya sin tapujos”. Lo exigente de la confrontación llevó al héroe caleño a hacer ingentes sacrificios voluntarios como el de tener que dejar, “hacía un año y medio a su esposa tierna y a sus tres hijos y tal vez a una criatura por nacer”, según describe Barona Mesa en la investigación arriba citada.
Su fiera lucha contra el gobernador de Popayán, Miguel Tacón y Rosique, no le dio tregua ni respiro y acabaría por ponerlo –en San Juan de los Pastos- delante de un pelotón de fusilamiento el 26 de enero de 1813 como bien lo certificara Tomás de Santacruz y Cayzedo, gobernador en esa ciudad y primo del Alférez, en carta dirigida a Don Toribio Montes, su jefe inmediato:
En este día han sido pasados por las armas, a la hora de las once de él, don Joaquín de Caicedo, el angloamericano Alejandro Macaulay y diez soldados de las tropas de Cali”.
Atrás quedaron el sueño regional de las “Ciudades Confederadas”, el primer gran triunfo del ejército patriota en la batalla del Bajo Palacé (28 de marzo de 1811), primera que confrontó a realistas con puros criollos y donde el estandarte azul y blanco del batallón “Patriotas” de Cali (se había acuartelado en la Hacienda “Cañasgordas” los días previos) con la imagen de la advocación de Nuestra Señora de Las Mercedes como patrona, ondeó victorioso. También quedaron en el camino la batalla “Santa Bárbara de Iscuandé”, primer combate naval y primera victoria en la historia de las fuerzas armadas nacionales liderada por Ignacio Rodríguez, “Mosca”; la muerte por fusilamiento de siete mujeres, heroínas comarcanas ultimadas por el propósito político de España conocido como “La Reconquista” que arribó a nuestras costas comandada por el terrible Pablo Morillo.
Joaquín de Cayzedo y Cuero, primer neogranadino que los españoles pasaron por las armas en aras de la epopeya independentista razón por la cual se le otorga el mérito de protomártir, ya en el paredón “se mostró entonces como había sido en toda su vida: como un varón chapado a la antigua, sin tacha y sin miedo” como bien lo consigna en sus investigaciones el historiador Sergio Elías Ortiz.




Trabajas de refacción en el corredor del segundo piso. Foto: DIEGO TORRES.



Alférez Real, novela costumbrista de la época
El Alférez Real, novela costumbrista colombiana de Eustaquio Palacios, se argumenta en el quehacer cotidiano, parroquial, de las grandes haciendas vallecaucanas del siglo XIX. Y, de manera puntual, en la Casa Hacienda “Cañasgordas” que al ser frecuentada por el autor roldanillense es descrita en la obra con rigurosa fidelidad en su profusión de detalles y pormenores. 
El Alférez Real, escrita en 1886 (19 años después de María de Jorge Isaacs) relata el idilio entre Doña Inés de Lara y Portocarrero y el instructor de sus primos, Daniel, hombre modesto que al ser huérfano desconocía la verdad sobre su ascendencia y, en consecuencia, carecía de cualquier distinción social (linaje, bolengo) que le permitiera acercarse a quien se convirtió en la mujer de sus sueños. Palacios construye la trama de este conflicto idílico de manera hábil pues lleva el drama amoroso hacia el desenlace feliz que el lector, al anhelar, espera.
Caricatura de Eustaquio Palacios, autor de EL ALFÉREZ REAL, por ALDO.

Contrario al aspecto biográfico protagonista en María aquí, en El Alférez Real, el argumento amoroso (romance de Daniel y Doña Inés) es totalmente ficticio no obstante situar su recreación en un espacio y tiempo reales.
-“Don Manuel entró diciendo:
Vean ustedes este muchacho que me manda mi compadre Escovar con grandes recomendaciones, para que lo coloque á mi lado; dice que es muy bueno y que sabe mucho. Voy á emplearlo como mi escribiente y como auxiliar de Zamora, para que lo ayude. ¿No te parece bien, María Francisca?
-Por supuesto, basta con que sea empeño de mi compadre; y cuando su Paternidad lo abona, debe ser bueno.
“Daniel, al entrar, saludó inclinándose con respeto y pasó la vista sucesivamente por todos esos rostros nuevos que por primera vez veía, y se detuvo al fin en el de Doña Inés, cuya portentosa belleza lo dejó deslumbrado. Jamás había contemplado hermosura tan acabada. Cansado estaba de ver en Cali caras femeninas, y ninguna le había llamado la atención: todos eran, por decirlo así, rostros mudos, que nada decían a su alma.
“Pero el de Doña Inés, con su habitual circunspección y sin abrir los labios, había conmovido las fibras más íntimas de su corazón. Ella, al presentarlo Don Manuel, levantó los ojos y los fijó en él detenidamente: y esa mirada de simple curiosidad, equivalió para Daniel á un poema entero, á un canto dulcísimo que sumían su alma en inefable arrobamiento. No hicieron más estrago los lentes de Arquímedes sobre la flota de Marcelo que el que acababan de hacer los ojos de Doña Inés de Lara en el corazón del inocente huérfano” (El Alférez Real, Segunda Edición Imprenta Popular de Palmira, 1903, Capítulo IV, Pág. 26).
El resurgir de “Cañasgordas”
Eustaquio Palacios inicia el Capítulo II de su novela El Alférez Real con la siguiente descripción, minuciosa y exacta, de la casa Hacienda: “Cañasgordas”, detalla, “era la hacienda más grande, más rica y más productiva de todas cuantas había en todo el Valle, a la banda izquierda del río Cauca. Su territorio era el comprendido entre la ceja de la cordillera occidental de Los Andes y el río Cauca, y entre la quebrada de Lili y el río Jamundí. La extensión de ese territorio era poco más de una legua de Norte a Sur, y varias leguas de Oriente a Poniente. El aspecto de esa comarca es el más bello y pintoresco que puede imaginarse: desde el pie de la empinada cordillera que tiene allí el nombre de los ‘Farallones’ se desprende una colina que va descendiendo suavemente en dirección al río Cauca en más de una legua de desarrollo; su forma es tan simétrica que no se observa en ella una protuberancia ni un bajío. A la falda oriental de la gran colina que hemos descrito, estaba la casa de la hacienda que hasta ahora existe, con todos los edificios adyacentes, casi a la orilla de la quebrada de Lili. Esa casa consta de un largo cañón de dos pisos, con un edificio adicional en cada uno de los extremos, los cuales forman con el tramo principal la figura de una ‘Z’ al revés. A continuación de uno de estos edificios adicionales estaba la capilla y detrás de esta, el cementerio” (El Alférez Real, Segunda Edición Imprenta Popular de Palmira, 1903, Capítulo II, Pág. 9).
La casa, convertida en hito turístico por acción de la obra literaria de Eustaquio Palacios, mientras estuvo bajo el cuidado de sus propietarios (familia Velasco Borrero) se conservó en buen estado y recibía la visita de incontables turistas nacionales y extranjeros que atraídos por el histórico personaje de El Alférez Real y por la increíble historia de amor que narra, acudían por cientos a recorrer la casona. Los Velasco Borrero deciden, en 1994, donar la propiedad a la municipalidad de Santiago de Cali y la Sociedad de Mejoras Públicas es la entidad que recibe, por parte de la alcaldía, la responsabilidad de velar por la conservación del histórico lugar. Pero el desgreño administrativo y la negligencia características del sector oficial llevaron a que la casona sufriera deterioro por el abandono y la falta de mantenimiento a que la sometieron, situación que los enemigos de lo ajeno aprovecharon para saquearla casi en su totalidad.
Rodrigo Valencia Caicedo, dolido por la desidia que tiene a la histórica Hacienda al borde de la ruina, interpone una acción popular ante el Tribunal Contencioso Administrativo del Valle del Cauca buscando –con este procedimiento legal- que el organismo se pronuncie a favor del interés planteado el cual no es otro que la recuperación de la hacienda y de lo que ésta representa para las historias local, regional y nacional. Y el fallo del Tribunal, al condescender con la petición, ordena -de forma perentoria-a la alcaldía municipal de Santiago de Cali, a la gobernación departamental del Valle del Cauca y a la presidencia de la República de Colombia, que procedan a los trabajos de restauración de la Casa Hacienda y de su Trapiche, auténticas reliquias para la nación. Complementando esta acción Mariana Garcés Córdoba, caleña y Ministra de Cultura, expide la Resolución N° 0423 del 18 de febrero de 2014 que reafirma la decisión del gobierno nacional con respecto al mantenimiento y preservación del lugar que fuera elevado a la categoría de Monumento Nacional en 1980.
Queriendo poner fin al ya irreparable daño se le delega el manejo del lugar a la Fundación “Cañasgordas”, entidad que se constituye con el solo objetivo de, en adelante, encargarse de su administración y mantenimiento. Los trabajos de restauración de “Cañasgordas” aún no concluyen. Ahí van, avanzan, sin fechas predeterminadas para su tiempo de entrega y para su reapertura al público.
René González-Medina, nuestro corresponsal para Colombia y último de izquierda a derecha, aparece aquí junto a miembros de la Fundación “Cañasgordas”. Foto: DIEGO TORRES.

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