Entrevista a María Fernanda Cuartas

Arte colombiano sin rostro que saca la cara – Parte I

Por: RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA (Corresponsal Colombia)
Fotos: DIANA MACHADO

 Recién nacida la niña fue arrancada de brazos de su mamá por haber sido el resultado de una noche de copas. Hoy, cincuenta años después de tan sombrío hecho, la mujer vuelve a mirar el suceso con la personalidad y el carácter del signo zodiacal que la gobierna y al cual sigue al pie de la letra: Virgo. Y sabe que exponer su obra en Nueva York, en un espacio como MOMA, puede ser la meta más próxima que a su trabajo artístico le agendarán los astros.

Esta exponente fiel de la belleza que a las mujeres de Cali el ancho mundo les atribuye y que por ende, no es invento ni mito (ella misma es un botón para la muestra), es una genial pintora que construyó su obra apoyada en la problemática social que a diario sufre y confronta, en su lucha personal por ayudar en el propósito de alcanzar la equidad de género. Por acudir, en pronto rescate, tras la vulnerada dignidad de la mujer.
Los logros que le han entregado sus méritos, la mayoría fuera de Colombia, ubican a la ex alumna del Liceo Santa Mónica en lugar de privilegio. La sencillez de María Fernanda es su más vivo retrato, a pesar de haber sido incluida en dos ocasiones por la Biblioteca de Artistas de las Comunidades Europeas “en el libro de los 100 artistas contemporáneos más importantes del mundo (períodos 2007-2010 y 2010-2013), su obra fue parte del “Libro de Oro de la Biblioteca de Artistas del Museo de las Américas, 30 Selected Contemporary International Artist”, fue incluida (años 2011 y 2012) por la revista Art in América en la ‘Guía de artistas más importantes del mundo”, fue “galardonada con el premio de honor ‘Show Art International d´ Estiu a Catalunya’ 2010” (Barcelona España), fue “premio de honor en la exposición ‘Creaciones Otoñales’ organizada por la Unilatina International Collage – 2010 (EE.UU),. Tanto reconocimiento, tanto aplauso y elogio juntos, no pudieron hacerle levantar los pies de la tierra.
En mis exposiciones a través del tiempo – comenta María Fernanda -, al fusionar lo abstracto y lo figurativo, según la crítica -hace la salvedad- innové un nuevo género dentro del Art Deco Nouvelle al ir, en mi proceso pictórico, del paisajismo (en mis inicios) a la naturaleza muerta, pasando por lo abstracto y por el arte figurativo, en el que uno estos dos últimos movimientos para hacer de ello una síntesis que me permite mostrar la nueva propuesta”, explica. Es un estilo, el suyo, en el cual la unigénita de María Emilia Cuartas, enmarca la técnica que desarrollara de forma autodidacta en sus más de 20 años de carrera artística. Al no encontrar argumentos de peso que la sostuvieran en el Instituto Departamental de Bellas Artes de Cali abandonó la academia y adelantó, por cuenta propia, talleres con los maestros Bernardino Labrada, Juan Fernando Polo y Otilia Hernández.
Reconoce la influencia que sobre su espíritu tuvo el pintor belga René François Ghislain Magritte, pintor surrealista mundialmente célebre por sus figuras preñadas del ingenio y la provocación suyas, irreverencia con la cual, creyó partir la historia del arte (nunca pudo ser modesto) al considerar que su personal estilo coadyuvaría a “cambiar la percepción pre condicionada de la realidad” (desde que llegué, “Blue”, la perrita free poodle y “Pincel”, el gato macho de Virgo, se estiran a pierna y ronquidos sueltos entre María Fernanda y yo. “Menina” y “Antonieta”, las hembras, asoman encaramadas en el alto gimnasio” que para ellas mandara hacer la artista y que domina la sala. “Pincel”, lo miro y pienso, es un gato astuto que evitará meterse en problemas para garantizar -con esa actitud- su envidiable estilo de vida allí, en el apartamento de su bienhechora).
Jarek Puczel, Enrique Becerra, María Fernanda Cuartas, son algunos de los muchos pintores que se han atrevido a obviar el rostro para expresar silencio, invisibilidad, represión u otras emociones derivadas de la ausencia. Porque la ausencia, contra pronósticos, refleja tanto o más que la presencia. En el campo de la ilustración, los ejemplares de esta técnica, llamémosla del sin rostro, son minoría, pero los hay y las hemos encontrado”, estas palabras, publicadas en la revista Lamono de Barcerlona (España), muestran cómo la investigación y la exploración desarrolladas con urgencia por la hija del oficial más condecorado de la Policía Nacional de Colombia, Mayor Humberto Aparicio Navia, no es producto de ningún acierto casual o accidental, sino que obedece a una necesidad casuística confabulada en tiempo y espacio (entiende María Fernanda que hay varios mito asociados a su signo pero reconoce, como el de mayor aceptación, el que alude a Deméter, diosa maternal de la Tierra, de la fecundidad y los misterios de la vida, de la siega y el trigo).
Pinto personajes sin rostros”, explicaría ella unos años atrás a su paisana Claudia Palacios, destacada periodista, porque “mi obra se basa en el arte neofigurativo, una deformidad a la realidad. Cuando el espectador está mirando la obra me manifiestan directamente que sienten cómo el personaje los mira, cómo les habla, y eso es lo que precisamente quiero lograr. Justamente –al hacer la aclaración no pierde de vista el paso medroso de “Antonieta”, su gatita semiciega-, ese es el sello que caracteriza mi obra: lograr que estos rostros sin facciones transmitan sentimientos. Creo que es la fuerza que les doy, el ángulo. De esta forma permito que el espectador, en el momento en que dialoga con la obra, concluya y sancione el acto de comunicación que ella le propone en ese momento” (la diosa Deméter, lo sabe la pintora, enseñó a los hombres a arar la tierra. Y, a las mujeres, a moler el grano. A hornear el pan).
Al pie del “Cali Viejo”
“Santa Teresita” es uno de los barrios tradicionales de Santiago de Cali. Hace parte de ese Cali Viejo que sabemos existió por las postales ya antiguas, por la memoria oral rescatada en crónicas de sabor y olor añejos, por la grata tradición de “La Maceta” (pedazo de balso adornado con una multicolor fiesta de dulces enclavados a él), por la ermita eclesial de la loma de “San Antonio”. Allí, vecina a “El Peñón”, un poco más arriba del Museo de Arte Moderno “La Tertulia” y del Hotel Intercontinental, en un tercer piso de habitaciones amplias, acompañada de tres gatos criollos (“Pincel”, el único macho) y de una perrita free poodle llamada por su dueña “Blue”, habita María Fernanda Cuartas, la pintora caleña quien a juicio de críticos y especialistas es -a fecha de hoy- la artista plástica colombiana más importante.
Ovidio Cuartas Jiménez, abuelo materno de la pintora, fundador del Café “Cuartas” y de los supermercados que en la capital del Valle del Cauca y en otras ciudades principales de la comarca replicaban su apellido por la década de los 60s., no transigió ante el hecho de saber a María Emilia, su hija bonita, embarazada de un apuesto oficial de la Policía que en el baile de “San Silvestre” (31 de diciembre) organizado institucionalmente por el Club Colombia para despedir el Año Viejo y dar la bienvenida al nuevo, así como la conquistó y sedujo, así mismo desapareció. Una madre soltera, por aquellos tiempos, era auténtica afrenta. Y con esa deshonra el próspero comerciante no estuvo dispuesto a conciliar. A pesar del llanto de María Emilia, su joven hija, de los ruegos constantes de su esposa Olga, la bebé fue entregada a la Casa Hogar “La Casita de Belén”, refugio seguro para los niños de la ciudad y del departamento nacidos bajo tan complejas circunstancias. Casa Hogar levantada por sus propietarios Antonio Obeso y Luz de Obeso, su cónyuge, en el barrio “El Centenario”, zona central de la capital de provincia, frente al río Cali que por importante sector arrastra su cauce con la parsimonia y languidez que le son tan características a la idiosincrasia del caleño, del valluno (Eduardo Carranza, poeta de los grandes, una tarde en que miraba descender sus lentas aguas, se le ocurrió decir eso de que Cali era un sueño atravesado por un río; eso dijo el maestro y eso alguien, un caleño agradecido, lo grabó en letras de molde). 
Al cumplir la niña dos años, edad límite para permanecer en la Casa Hogar de los Obeso, llamaron a los Rueda para que fueran a recogerla. Ante la noticia Don Ovidio, contrariado, le ordenaría a Olga Lucía, su otra hija, que fuera por la pequeña mientras veía qué hacer con ella. Esas palabras el fundador del café y de los supermercados “Cuartas” tendría que tragárselas, enteras, porque nada más vio a María Fernanda su corazón, confabulado con su ajado amor de abuelo, le jugaron una mala pasada. Se ablandó el viejo, se enterneció ante las gracias inocentes de su nieta y a partir de ahí la chiquilla se convirtió en centro de su atención, de sus mimos y cuidados, de su protección (la pintora es una convencida de la influencia que ejercen los astros en el devenir de toda existencia en la Tierra. Y más allá de las estrellas. La constelación de Virgo, representada por una mujer, la siente como la suya propia. El negro y el azul, colores de su predilección, le hablan de Mercurio, del planeta que la rige, de su perihelio que al besar el sol sin duda la define y la marca).


PERSISTIR PARA ABRIRSE PASO

Desde muy pequeña intuyó la realidad que hoy la saluda a pleno grito. Aunque se matriculó dos veces en el Instituto Departamental de Bellas Artes de su ciudad (de ambas desertó por físico aburrimiento) tiene claro que su inquietud, esa consistente inconformidad de mercuriana que la lleva a experimentar con una y otra cosa porque como objetivamente lo admite “a mí me ha gustado hacer por mí misma todo”, es la causante tal vez de que -por ejemplo- no haya contraído nunca matrimonio (cree que el machismo exacerbado del hombre, rayano a veces en incurable celotipia, habría sido incapaz de aguantarle su consagración de tiempo completo al arte que desde cielos anteriores, lo es todo para ella. Dueña de una habilidad y pasión increíbles por crear, Maria Fernanda no se concede un minuto de tregua. Ahora mismo trabaja en su serie “Lo oscuro detrás del negro”, 10 piezas de gran formato (como las suyas todas), tamaño pliego en papel Bazzik que embadurna con acrílicos desde que su descontrolado reloj biológico le abre sus ojos hasta que, compasivo, se los cierra.
Corre porque alguien (¿”Andrés”, su amigo imaginario?) la empuja. Esa voz interior la convence que de aquí a diciembre su nueva producción, en alguna parte de Colombia o del mundo, estará expuesta. Amante de descubrir la vida es ingenua, curiosa, como un gato (de aquí su afinidad por este felino que sobre la orilla derecha del río Cali, cerca de su casa, en la vía que busca salida hacia el puerto de la Buena Ventura, por “culpa” del pintor y escultor Hernando Tejada tiene erigida una estatua portentosa. Y un harén de 15 féminas gatunas que lo rodean, que al merodearlo lo acosan). Tiende a la ciencia en razón a su naturaleza laboriosa, exigente. Ha hecho cortometrajes, cine, video, ha explorado todo en su campo porque la praxis es su cualidad innata. Por la simbología del nombre del signo que durante las 24 horas la cuida, a menudo se siente incomprendida. María Fernanda, al ser profundamente metódica y buena para los trabajos que piden organización, sabe cómo llegar pronto y de manera eficaz al fondo de un asunto. Si no, ¿cómo explicarse que toda su vida, desde cuando tenía 20 años y apenas empezaba a pintar en el Parque de “El Peñón”, aún en contra de la mujer que dirigía el sector artístico y que llegó a aborrecerla (de cuyo nombre no quiere acordarse) no sólo porque todo lo que producía hallaba de inmediato comprador sino también porque su belleza, talento y carisma la ofendieron tanto que terminó por desterrarla del parque autoconvencida, al hacerlo, de que “eso” que pintaba la “niña de los ojos” de Don Ovidio no era arte? La Galería “Jenny Vilá y el Museo de Arte Moderno “LaTertulia”, de su ciudad, por razones que al ignorar no se explica, no le abren sus puertas. Ella, ahijada de Deméter, por su profundo sentido de lo humano, por la dura escuela que recién nacida le robó sus dos primeros años de vida al lado de María Emilia, su madre, tuvo que aprender a ser recelosa, reservada en extremo.
A cuidar, con dientes y uñas, lo que tiene para que nada de lo que con esfuerzo y sacrificio tenaz ha conseguido, como agua por entre los dedos vaya y se le pierda. Se le ve a la pintora, por lo delicado de su oficio, como alguien de condición refinada, suave. Nada más equivocado porque ella, antes que seguir adelante, es de las que prefiere dar un paso atrás para analizar. Para al calcular, sopesar todas las opciones y avanzar luego -si es el caso- con paso firme, de vencedora).

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