“Parque del Gato”
POR LAS RIBERAS DEL RÍO CALI, UN GATO COQUETO Y FANFARRÓN PRESUME SU ENVIDIABLE HARÉN
Por: RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA
Corresponsal Colombia
“Cuenta la leyenda que en el momento de la Creación todos los animales, puestos en fila, le pedían a Dios —cada uno a su turno— el atributo que más deseaban. El pavo real: belleza; la gacela: rapidez; el león: coraje; el caballo: gracia. Y así todos.
El gato, que era el último de la fila, escuchó bien cada petición y al corresponderle su turno pidió un poco de cada uno de los atributos solicitados, sin olvidar ninguno. Esta es la causa por la que el gato se convirtió en uno de los animales más perfectos pues más allá de la historia y de los gustos nadie puede negar que es sinónimo de belleza y elegancia”.
Solamente a unos locos soñadores podría ocurrírseles la singular idea de erigir un homenaje perenne al animal que, contra todos los mitos y leyendas que alrededor de su especie y de manera nefasta desde tiempos inmemoriales se han propagado, hoy sube y baja por todo lo largo del Río Cali con la frente y el rabo en alto.
Al caminar por las orillas del río Cali, en el barrio “Normandía” de la ciudad que tiempo atrás fuera la “Capital Deportiva de América”, lo más natural es tropezarse con el “Parque del Gato”. Referencia obligada por las quince hermosas y finas esculturas gatunas (aparte del descomunal “Gato del Río” de Tejada) que ronronean allí desde mediados de los años 90s cuando pensando en recuperar la cuenca hidrográfica del “sueño que atraviesa la ciudad” a decir del poeta Eduardo Carranza, se decidiera instalarlas en la zona prodigando -además – belleza a la lánguida adustez de sus riberas.
Ornato y alegría visuales, eso representa el parque para quienes gustan visitarlo y llevarse un recuerdo fotográfico de esta locura que tomó forma cuando alguien, ¿quién? tuvo la feliz ocurrencia de que allí, en una de las márgenes del emblemático río, podría ubicarse una monumental escultura. Pero esta vez no para rendir tributo a alguno de los patricios caleños y vallecaucanos que se podían contar con los dedos de las manos. No para loar a una de las incontables y sufridas glorias del deporte local o regional. La propuesta no perseguía inmortalizar a uno más de los aguerridos caudillos políticos ni tampoco a algún inolvidable personaje del típico folclor. No. El proyecto hablaba de homenajear, de reverenciar…al gato.
Gracias al aporte del departamento un comité promotor, liderado por Germán Patiño y Luis Guillermo Restrepo Satizábal e integrado por Soffy Arboleda, Martha Hoyos, María Thereza Negreiros, Carlos Alberto Roldán, Clarita Zawadski y Víctor Raúl Martínez, emprendieron diversas actividades que permitieron recoger los fondos necesarios para financiar la elaboración de la escultura.
“El gato posee belleza sin vanidad,/ Fuerza sin insolencia,/ Coraje sin ferocidad,/Todas las virtudes del hombre…/ Sin sus vicios”. La anterior “placa”, atribuida o firmada por un tal Lord Cuppy, abre el espacio a la imaginación aventurada, a la feliz probabilidad de un mundo –el actual— tomado por asalto a brincos y maullidos… (¿sabrá alguien quién fue o quién se esconde tras este Lord Cuppy, nombre decadente pero muy propio de la tomadura de pelo valluna?).
Hablando del gato…
Siempre injuriado; siempre calumniado, el gato ha debido pasar las “verdes y las maduras” para llegar a gozar la estimación y el cariño que hoy –afortunadamente para su especie— el mundo le profesa. Mirado siempre de reojo por la ignorancia que siempre vio en sus extraordinarias facultades un enemigo, este pequeño felino —cuya historia sin duda ha sido definida por la acertada o errónea percepción que el hombre se ha hecho de él— con el correr de los tiempos y desde que se tiene noticias de su aparición ha venido de mano en mano sufriendo toda suerte de cambios por parte de las diferentes culturas de la humanidad. Porque una fue la actitud que asumiera el pueblo del Antiguo Egipto donde el pequeño “miou” (llamado así por lo peculiar de su voz) al ser amado era venerado y otra, muy diferente, la oscurantista de la Edad Media que al satanizarlo lo persiguió y condenó hasta verlo sufrir la muerte, junto con sus brujas protectoras, en el suplicio de las hogueras públicas.
El gato gozó de excelente reputación en China, Japón, India y en la Europa de la baja Edad Media donde los campesinos lo apreciaron por su talento cazador a pesar del prejuicio de la Iglesia Católica que al considerarlo una criatura demoníaca aventó contra él las primeras persecuciones en el siglo V. El expresivo desenfado de su comportamiento sexual, su gran necesidad de dormir considerada pereza y sus vagabundeos incansables, contribuyeron a forjarle una imagen negativa. Al considerársele el animal predilecto del diablo y de las brujas se le endilgaron poderes sobrenaturales, como ese de tener siete vidas.
La Inquisición, el Papa Inocencio VII y su edicto de 1484, llevaron a que se le sacrificara en las fiestas populares, proclamación que daría inicio al terrible período de persecución en su contra. La Inquisición reunía —en la misma hoguera— a los herejes, a las brujas, a los asesinos y a los gatos, en la horrenda tradición que la península española denominara “La noche de San Juan”. El arribo del Renacimiento traería un cambio favorable en la suerte de los gatos pero el mundo tendría que esperar hasta 1648 cuando el rey Luis XIV, amante de ellos, prohibiera continuar con la perversa costumbre al calificarla de “bárbara y primitiva”. Pero no sería sino hasta la culminación de la Revolución Francesa cuando las hogueras, al ser declaradas por el nuevo gobierno como actos derivados de la más abyecta superstición y crueldad, fueran del todo desterradas.
Gracias a los descubrimientos científicos de mitad del siglo XIX y a los inicios de la explicación de la naturaleza y de la transmisión de las enfermedades por los microbios y no por las brujas, se logró demostrar que el gato es un ejemplo de higiene pues se lava hasta veinte veces al día. El mundo artístico ayudaría también a su rehabilitación gracias, especialmente, al movimiento romántico del siglo XIX que lo tendría en cuenta en todas las artes: la música, la pintura o el cine. Su primer inventario de razas se le debe al naturalista sueco Linneo quien logra distinguir cuatro grandes razas de la especie: Catusdomesticus, Catusangorensis, Catushispanicus y Catuscoeruleus (esta clasificación semantendría hasta la mitad del siglo XIX cuando la felinotecnia moderna, en Inglaterra, entró a modificar su orden).
Contra él, contra el gato, se cometieron –y se siguen cometiendo— toda clase de infamias. La mayor de todas: que su pelo provoca enfermedades respiratorias a bebés y a adultos. Falacia sin par ya que, si alguna afección podría provocar, esta no pasaría de una simple alergia, algo a lo que —de modo general— están expuestas todas las personas. Otra: que la convivencia con él puede ocasionar, en mujeres embarazadas, abortos. Esta razón: miedo al riesgo de que una mujer en embarazo pueda contraer toxoplasmosis, es la causante de que cada año muchos ejemplares —ante el terror del infundio— sean abandonados. Una más: que son falsos; que su comportamiento —ladino, para sus enemigos gratuitos— no es fiable. Konrad Lorenz, premio Nobel de Literatura y pionero en el estudio del comportamiento animal, fue incapaz de contenerse ante tamaña vileza. Al pronunciarse al respecto, dijo: “No conozco un solo comportamiento típico del gato que pueda definirse, ni de lejos, como ‘falso’; hay pocos animales cuyos gestos expresen tan claramente su estado de ánimo”.
Sometido y domesticado (Egipto, durante el tercer milenio a.C.) pasó, de su condición natural (libre), a ser convertido en un animal de compañía apreciado por su melosería, su gracia y —aunque suene paradójico— hasta por su indolencia. Y por la protección que ofrecía a quienes contaban con la suerte de tener un ejemplar en sus hogares. La convivencia de gatos y hombres se cree empezó, probablemente, con la aparición de la agricultura. En la simbología medieval se lo relacionó con la mala suerte; con el disimulo (falsedad) y la femineidad. Cleopatra, refiere la pictografía, se pintaba los ojos en un claro afán de imitar las líneas oblicuas, oscuras, de los ojos de su gata, atraída ella misma por el poder seductor de esa mirada. Como toda mujer, al gato le gusta ser cortejado de manera lenta, delicada. Dicen que cada gato, al igual que cada persona, es único en su carácter. Que no existen dos iguales; que son dueños —a la vez— de un “personalidad” abierta y de otra desconocida, inaccesible.
Se les reconoce como criaturas sensuales, de inigualable encanto y poder de fascinación. Por lo mismo, hay quienes —al considerarlos temibles e inabordables— al mismo tiempo los encuentran adorables, “capaces de impulsos generosos, de lánguidos abandonos, de ardores repentinos, de falsas fugas, de ingenua malicia, de irresistibles caprichos, de celos intensos y de despechos repentinos y sombríos”.
Dualidad, misterio y sensualidad: caracteres que alimentan la comparación mujer-gato en la imaginación del hombre pues todo minino, al igual que ésta, puede pasar de la más exquisita amabilidad y gentileza a la “más feroz crueldad y agresividad”.
“Permanece libre y permanece solo si quiere; es el gato quien adopta a las personas, quien las elige. Como la mujer”, escribiría sobre él Camilla Cederna…
Chiquito pero pantalonudo.
A Hernando Tejada —llamado de modo cariñoso “Tejadita”, por el metro cincuenta de estatura que arrastró en vida (un centímetro más, un centímetro menos que la talla del “Libertador” Simón Bolívar)— la Cámara de Comercio de Cali le encomendó la descomunal tarea de perpetuar, con su visión y estilo, la calumniada especie. Las palabras de Guillermo de Aquitania, en ese instante, refulgieron como luces de neón en la mente afiebrada del más original de los artistas colombianos: “La elegancia quiso cuerpo y vida, por eso setransformó en gato”.
Y el escultor y pintor que naciera en Pereira, Risaralda, pero que por voluntad y gusto propios se radicara de por vida en Cali atrapado por el embrujo sensual de la mujer caleña, sin remilgos acepta el reto advirtiendo —en el encargo— el cumplimiento de sueños premonitorios; el destino que más de una adivinación le había anunciado: tras su muerte él, “Tejadita”, el hermano mayor de Lucy, el incansable coleccionista de grandes amores (se caracterizó por ser amante confeso del género femenino, pasión que reflejó en las más de doscientas fotos de mujeres que adornaban las paredes y espacios de su pequeño apartamento) iba a reencarnar en gato. Así estaba escrito, pensaba él. Y el llamado de la Cámara de Comercio se presentaba como una reafirmación de lo irrefutable de su designio, confesaría luego, emocionado, a sus más cercanos amigos. “Tejadita”, pequeñín acucioso, curioso por demás como su animalejo preferido, tuvo que haber sabido que el nombre “gato” provenía de raíces siríacas, así se consideraran otras posibilidades al respecto. Como aquella del término italiano “gatto” o como la propia del adjetivo latino “cautus” (astuto o agudo); o como también la del verbo francés “guetter” en el sentido de espiar puesto que el gato, al ser un animal activo, tiene la vista y el oído siempre alertas.
Fácil es imaginarse al hermano de Lucy reencarnando en un “gato de mundo”: ”chat” en Francia, “cat” en Inglaterra, ”katze” en Alemania, “gato” en España y América, “gat” en Catalán, “katt” en Suecia, “gatto” en Italia, “kat” en Holanda y Dinamarca, en tanto parafrasea al gran Víctor Hugo: “Dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar a un tigre”.
Louis Wain – Arte, Gatos y Esquizofrenia
Las personas mayores que aún habitan el sector y que a diario pasean por él, recuerdan y cuentan que antes de asentar el “Gato del Río” en el sitio que desde el primer momento para él se escogió, en la zona funcionaron garajes con disparidad de propósitos y finalidades utilitarias. Que con el correr del tiempo y una vez enclavado el monumento, el sector adquirió otra connotación. Obtuvo relevancia. Se volvió, entonces, una zona comercial activa y dinámica donde es fácil conseguir restaurantes, bares, licoreras y lo que —para todos— pasó a constituirse en lo más importante: el lugar donde Hernando Tejada instalaría su taller. “Tejadita”, bajito, chiquitito. Tanto o más que su colega Arenas Betancur, sacó el espíritu de gigante que nadie podía explicarse cómo y dónde lo tenía guardado para enfrentarse —de igual a igual— con la envergadura mayúscula del encargo 3,5 metros de alto, 3,40 metros de ancho y 1,95 metros de espesor. La escultura pesó tres toneladas y para fundirla el caleño por adopción tuvo que correr con ella a Bogotá en donde, cuando quiso sacarla del taller para cumplir con el objetivo de trasladarla a Cali, sintió cómo la potente voz de Winston Churchill (dicen los que estuvieron ahí, con él), se le venía como un chorro desde cielos arriba para recitarle eso de que “Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos”, mientras se veía forzado a desmontar el techo.
El “Gato Coqueto”, el “Gato del Río”, sonriente, burlesco y juguetón (“Tejadita” reencarnado, para quienes al conocerlo lo trataron), sería inaugurado y expuesto el 3 de julio de 1996 para conmemorar la fecha en que Santiago de Cali declaró su independencia al tirano reino español (alguien, uno de los asiduos y consuetudinarios visitantes del taller de “Tejadita”, podría muy bien asegurar –sin tan siquiera maullarle la voz— que a quien fuera considerado uno de los más originales artistas de la plástica nacional lo tenía sin cuidado la amenaza vaticana de achicharrarse, secula seculorum, en las para nada malditas llamas del averno…).
Y para hacer compañía al Gato (la locura no pararía ahí), para que este no se sintiera solo (analogía perfecta de Adán y Eva), el escultor Alejandro Valencia le creó su complemento: una esbelta y sinuosa gata modelo. Y sobre el molde de ésta, hecho en fibra pura de vidrio, 15 artistas colombianos —escogidos de entre lo más selecto de la plástica nacional— al dejarse contagiar de la pandemia gatuna, entregaron a la ciudadanía caleña su versión femenina en sus personalísimos estilos y técnicas: Mario Gordillo (“La Gata Mac”), Wilson Díaz (Gata “No hay Gato”), Cecilia Coronel (“Gata en Cintas”), Roberto Molano González (Gata “Fogata”), Diego Pombo (“Anabella, la Gata Superestrella”), Rosemberg Sandoval (“La Gata Sucia”), Nadín Ospina (“La Gata Bandida”), Pedro Alcántara Herrán (“Gata Ceremonial”), Maripaz Jaramillo (“La Gata Coqueta”), Éver Astudillo (“La Gata Entrañable”), Lucy Tejada (“Gata Ilustrada”), José Horacio Martínez (“Gata Vellocino de Oro”), Omar Rayo (“La Gata Presa”), María Teresa Negreiros (“Yara, Diosa de las Aguas) y Ángela Villegas (“La Gata Gachuza”).
Lucy Tejada – Gata Ilustrada
Son quince. O dieciséis (el número ha venido creciendo). Finas, delicadas; con donaire y hasta con desparpajo, se muestran; vanidosas lucen las exclusivas mi pintas con las que los quince (o dieciséis) artistas de la plástica nacional vistieron sus genios y figuras. Desde ese momento estas gatas, hermanadas y siempre dispuestas, al olisquear en el aire el hedor inconfundible de su macho, noche a noche lo celan y vigilan bajo el quedo rumor del río. “Tejadita”, transmutado en Gato, infatigable las ronda. Y una a una, una tras otra, las seduce a todas…
Imágenes de gatos de Cali obtenidas del Blog de Juan Uribe
Un texto extraordinario sobre el gato, los gatos que nos acompañan más cerca o más lejos, animales sagrados y materia de sueños.
Muchas gracias.