LA POESÍA DE MÓNICA LUCÍA SUÁREZ BELTRÁN
Por René González-Medina
UN ACERCARSE A TIENTAS…
A esta poeta llegué en la incertidumbre oscura del tiempo de pandemia. El inesperado confinamiento, sin otro asomo de perspectiva diferente al de la resistencia por el duro oficio de vivir la vida, me la trajo con el golpe de su voz impresa. Con la visión esperanzadora de su canto latiendo entre líneas.
Mónica Lucía Suárez Beltrán – Foto cortesía de Libros y Letras
La he visto, a la poeta que vio la luz bajo el procerismo de una estirpe que por su rebeldía con causa no acepta lo inaceptable, echarse al hombro su palabra hecha verso adonde quiera la lleve su duende poético. Ella, Mónica Lucía, premonitoria, nos pone sobre aviso en cada línea que desgrana su pulso. Nos alegra y nos colma su sonido de tonada mañanera que irrumpe cada nuevo día en nuestro cerrado espacio para imperiosa y de par en par abrirnos puertas y ventanas.
Silente es su marcha. Se la venir confiada sorbiéndose el fresco de la lluvia o guarecida bajo los aleros atisbando la hermosura trágica que desgrana la tormenta. Es ella, la poeta, ser frágil al filo del abismo que al seducirla la atrae. Mujer dispuesta y expuesta al avatar que de forma irremisible la gobierna y la obliga Mónica Lucía es alguien incapaz de faltar al deber que la compromete con las luchas que al ser de los demás por ese solo hecho pasan a ser también las suyas. Inocente por lo confiada su temeridad no es otra diferente al valor civil que la acompaña, que como perro fiel al seguirla a sol y agua de todo mal y peligro la guarda. Es ella, la poeta hechura intelectual de la Universidad Nacional de Colombia, sombra y río, eternidad leve cuando el duende creador la toma y la hace suya en una refriega donde al haber entrega no hay lucha. Árbol y rama, nube y firmamento, Mónica Lucía se reconoce en todas las voces, en todas las formas. Admite –sus versos al traslucirlo así no la dejan mentir- que en cada forma de vida conocida un pedacito de ella habita.
Ajena a las ingratitudes su razón de ser, como decían nuestros mayores para explicar el carácter insobornable de alguien, es de una sola pieza. Condición personal visible en cada punto aparte de sus textos, escritos que no la dejan mentir una vez al publicarlos se desnuda. Su transparencia, cualidad que pone la cara por la descendiente en línea directa del General Francisco de Paula Santander, le llenan la boca -nos imaginamos- cuando apropiada del empoderamiento femenino sin tomar aire parafrasea a grandes representantes del género como la escritora Louisa May Alcott. Cuando creemos verla aceptando, como lo proclamara la autora estadounidense, ser feliz con ella misma y con su libertad.
Manojos de flores son los poemas de la profesora. A cual más fragante, a cual más delicado. Cultivados con amor pródigo y regados por la reciedumbre de una existencia que al ser no apta para espíritus endebles se lo arrastra todo su poesía, simple pero no sencilla, llama a todas las puertas. Desprovista de arabescos las imágenes que pinta tienen la virtud de hacerse reconocer a primera vista. Al carecer de adornos superfluos lo que dice y lo que describe, lo que intuye y lo que devela, es plato servido a la mesa. Hay amor en las historias que cuenta, así como crudeza en la inconmensurabilidad del dolor que retrata. Sus denuncias, valerosas y válidas, nos tocan. Tienen que ver con nosotros del mismo modo que tuvieron que ver con ella. No podemos abstraernos al influjo de su palabra, razón por la cual no somos indiferentes al sentimiento que con cada verso se traspasa, a la felicidad que al embargarla la colma, a la indignación que con cada nueva afrenta herida de muerte se yergue. Pudiendo tenerlos (por derecho propio le correspondían) se apartó de los cómodos privilegios, no quiso –cuando niña- que la fueran a hacer princesa porque pensó, quizá como alguna vez lo pensó Gabriela Mistral, que con zapatitos de oro no sabría cómo jugar en las libres praderas.
EN OTOÑO
Esta noche descubrí que no nací de la raíz de un árbol,
al ver la piel que envuelve mi torso.
Igual, sé que compartimos más que las ramas que nos brotan:
nuestros versos caen en otoño para volverse palabras secas
y los pájaros, confiados, hacen nidos en la vida que nos queda.
Permanezco entre los espacios de sus más preciadas palabras, pero
¿Qué sería de un árbol sin los pequeños rayos de luz entre sus hojas?
ES NECESARIO EL SILENCIO
Ahora estoy tan cerca del silencio, que cualquier vocablo es un sacrilegio.
Mi eco es una sombra tenue.
No puedo arañar ese silencio que me guarda a veces con tanta
benevolencia.
No puedo deshonrar el umbral con alguna frase vacía.
Algo se pronuncia adentro.
Y aún no está manchado de lenguaje.
Pronto, nacerá un poema.
Por eso debo callar, ahora es su turno.
Foto 2: Mónica Lucía Suárez Beltrán, por Cristina Ayala
Gracias por esta bella semblanza
Que bonito que las palabras expresen el sentir y resuenen sus acordes en corazón.