POESÍA. Leyendo a Andrea Figueroa en noche de luna llena…

Leyendo a Andrea Figueroa en noche de luna llena…

Por: RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA desde COLOMBIA

Para Andrea Figueroa, como ella bien lo expresa en el prefacio de su libro Poemas para casos de emergencia, “Existe una urgencia vital: La urgencia de decir, de decirse a través de las palabras. ¿Cómo no perder la capacidad de nombrar las sensaciones o sentimientos que nos dejan sin habla por lo fuerte que nos sacuden?”.

Sus palabras, como piedras, caen certeras donde tienen que caer; donde tienen que golpear para estremecer con la sacudida. Por su trabajo elaborado pero no artificioso desfilan personajes y situaciones reconocibles porque no están hechos de nada diferente a la carne y hueso que nos son tan comunes a todos.

Va de lo tangible a lo no evidente con la parsimonia propia de quien consciente del compromiso literario y humanístico asumidos sabe que teje una urdimbre con las palabras y signos que al marcarle un estilo pasan, por ese solo hecho, a ser muy de ella. Su felicísima propiedad privada valorizada en el universo íntimo de una particularidad –la suya- que al ser una búsqueda personal no huye ni se esconde. Cerrada y encerrada taconea y se desliza por entre los resquicios mínimos que dejan la mañana, la tarde, la noche.. Por voluntad propia se carga la poeta bogotana toda suerte de pesares; los suyos y los de quienes al no encontrar cómo deshacerse de ellos terminan por endosárselos.

    
Andrea Figueroa, poeta colombiana nacida 
en Bogotá DC. Foto: Archivo Andrea Figueroa.



“Llevo conmigo
la noche vestida con su traje negro,
mis botas a las dos de la mañana
taconeando en Chapinero.
Llevo conmigo la música.
Llevo conmigo
a todos mis muertos”.

(DICIEMBRE)

Su voz, dolida y adolorida, clama por la vida que se levanta y se acuesta hecha un solo padecimiento. Un dolor abierto es el canto de esta poeta que contra todo designio se ve acorralada, enfrentada una y otra vez al dilema perentorio de tener que decidirse entre lo que es y lo que debe ser. Encrucijada que al señalarla la debilita. Que como a tenue llama la apaga.
Cotidiana, Andrea no escapa al sino que le es común a todos. Que sobre ella y como a todos, también y sin miramientos le descarga el peso de lo injusto, de lo aberrante y de lo abyecto. Una más en el mapa de la incertidumbre la poeta va y vuelve sumida en el sino que la acompaña y que no le simula, para nada, el horror de lo triste. De todo cuanto no pudiendo ser, es.
Amanecí con temblor en las manos.

Y abrí la ventana para que salga la música
quise escribir…
tenía pedazos de palabras atoradas en la garganta.
Pensé que quizás con el café de la mañana
podían disolverse.
La mano y su pulso tembloroso,
el lápiz, el papel…
Las palabras no solo estaban en la garganta.
(PALABRA ESCONDIDA)

Es lo suyo la solitariedad de un oficio que como el de la poesía no admite entregas a medias. Que como absorbente amante demanda un “todo o nada”. El duende literario, personajillo de marras que aunque no vemos sabemos está, desde que fijó sus ansias en Andrea la sigue, la vigila y la cerca, la estrecha y la conmina. Al no dejarla en paz la urge para que dejándolo todo, olvidándolo todo, vaya a fundirse con él. A habitar en él.
Se viste ella, grandilocuente o simple, con los recursos que su sentir le pone a la mano. Al alcance de su bendita necesidad de llamar las cosas por su nombre. No hay adornos superfluos más allá de la imagen literaria, de la metáfora que surge libre del manantial inagotable de su vena.

Escudriña, detalla, husmea, hurga.
Adivina, intuye, deduce.
Cavila, indaga, asoma, huye.
La voz poética de Andrea Figueroa conoce el poder purificador del fuego porque su sentimiento, puesto a prueba, en más de una ocasión ardió en él.


¿Soy yo?
Vengo de un largo camino
en el que intento agarrar palabras con la mano.
vengo de rodear el fuego,
de escuchar solo el silencio en una blanca neblina.
Vengo de pintarme de manera imposible sobre una tela
en la que caben todas las mujeres del mundo
y su sexos rosados,
y sus largas piernas,
y sus facciones delicadas.
No me comparo,
me he cansado de hacerlo.
Me hincharon el vientre de ilusiones,
de mariposas
y de hijos.
Y ahora me emborracho de la belleza.
Aún tras la reja
escribo con el cuerpo,
no pierdo la sonrisa.
Escribo palabras
como quien lanza flechas.
Vengo cansada de que me digan que no hay futuro,
¿acaso tenemos la certeza de un mañana?

Esa es su pregunta eterna.

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