NOTA. Rebelde con causa que forjó en la trashumancia su destina (I)

El actor colombiano Sebastián Ospina

Por René González-Medina

REBELDE CON CAUSA QUE FORJÓ EN LA TRASHUMANCIA SU DESTINO (I)

Siendo un pequeñín de 4 años Sebastián, aferrado a un globo de helio con la cara de Mickey Mouse y sin que nadie de su familia se percatara, inocentemente salió de su casa para agarrado luego a la falda de una mujer subir a un bus de transporte público y causar gran conmoción al desaparecer por espacio de seis horas.

Sebastián Ospina bromea durante un descanso de la filmación de la película Tiempo de morir que protagonizara con ruidoso éxito.
Tras haber movilizado a la policía y a los bomberos voluntarios de la ciudad sus padres lo encontrarían en el control del despacho de la empresa de buses comiendo amigablemente con varios de los motoristas. Ahí, en ese temprano acontecimiento, la vida se apersonaría de mostrarle al cuarto y penúltimo hijo del matrimonio Ospina Garcés la interminable senda de trashumancia que le aguardaba.
Más caleño pa’ dónde
Sebastián llegó al mundo casi en mitad del siglo pasado. Llegó cargado de linajes, comodidad que en razón a la incipiente sociedad de la Santiago de Cali que por 1950 apenas si desperezaba, le llenaba de privilegios. Pero que, al crecer, no quiso arrastrar con ellos porque supo y entendió, a cabalidad, que al no ser suyos no le correspondían. Se hizo a un lado de los convencionalismos no obstante que de todas las formas le favorecían cuando captó, por intuición pura, que ahí, en la zona de confort que le representaba ese medio excluyente, no iba a encontrar lo que su espíritu inconforme le requería con inaplazable urgencia.
Alternaría con la crema y nata de la sociedad caleña. Tanto hizo parte de ella que el piso que tenía su abuela Paulina Delgado Scarpetta, pent house de un edificio en la esquina de la Carrera tercera con calle 10 (dos cuadras al noroccidente del Parque Cayzedo), era epicentro de las más connotadas reuniones de carácter social y político y punto obligado de visita para cuanto mandatario presidencial o personaje ilustre arribara a la capital del Valle del Cauca. Cuando por ser el centro el sector residencial más exclusivo de Santiago de Cali todos querían vivir allí pero muy pocos se podían dar ese gusto.
-“Mi abuela Paulina” –aquí la admiración no la esconde Sebastián- “era toda una zarina. No he conocido mujer más principesca, refinada. Un manual de etiqueta era ella. Además de hermosa. Tanto o más que mi madre que era nuera y a la vez prima suya. ¿Sabes con quién siempre la comparé, René? Me pregunta. Y no espera a que me pierda en adivinaciones.
-“Con Katharine Hepburn” –él mismo se responde.
Loco por el teatro con blasones presidenciales
Estamos, el actor y yo, en Kajú, restaurante de Guatavita que convertí por fuerza de la costumbre y desde mi arribo a la localidad hace ya casi once meses, en mi “oficina”. Charlamos sobre él, acerca de sus orígenes en lo personal, de sus inicios en lo profesional. Una botella de whisky, puesta sobre la mesa, de sorbo en sorbo nos anima. Le ayuda, a él, hombre flaco apuntalado en su metro ochenta y seis centímetros, a retraer capítulos olvidados de su particular historia ahora que para reinventarse teatralmente su vida esta –desde hace cuatro años- vuelve a fijarle su residencia en New York. A mí, a calentar el pulso que con su temblor esencial corre tras las palabras de este Ospina que no se las da, para nada, de ser descendiente en línea directa de Pastor Ospina Rodríguez, hermano de Mariano quien en el siglo XIX fuera –por dos períodos- presidente de la República de la Nueva Granada (Colombia) y fundador, junto con Miguel Antonio Caro, del partido político Conservador que desde tan lejanos días y en descarada alternancia con el partido Liberal, ha puesto y quitado gobernantes en nuestro país. De tener como ascendientes, también por esa línea, a los también expresidentes Pedro Nel Ospina Vásquez y a Mariano Ospina Pérez, todos oriundos de Guasca, pequeña pero importante localidad de la sabana cundinamarquesa (Ospina Pérez, al ser peronista y hitleriano, era contumaz fascista. Por tal razón algunos historiadores lo involucran como principal sospechoso en el magnicidio político del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán).
-“Mariano y Pastor” -masculla Sebastián con el mismo dejo de amargura con el que Odiseo Irredento, uno de sus personajes teatrales más queridos (tal vez el “más” porque al tener mucho en común mucho se parecen) participaron en la conspiración de “La noche septembrina” contra Simón Bolívar. Siento, me asalta la impresión, vaga, de que el hecho que no es secreto porque hasta Google con lujo de detalles lo cuenta, avergüenza al fundador del Teatro Libre de Bogotá. Y a mí, en lo personal, este episodio de la historia familiar del actor me trae alivio al hacerme recordar cómo los enemigos del general neogranadino Francisco de Paula Santander (encabezados por Manuela Saénz que lo traía siempre entre ojos), al endilgarle el atentado estigmatizaron -de por vida- su nombre y su gesta independentista. Nunca será tarde –me digo- para empezar a hacerle justicia al ilustre compatriota, cofundador –junto con Simón Bolívar- de esta la nueva república.
-“Los Ospina” –dice sin inmutarse el actor que se ha tomado unos días de asueto en Guatavita invitado por su entrañable amigo Jaime Ruiz Montes- “o eran ingenieros, o jesuitas, o militares. Yo, que no quería nada de eso para mí –ya me habían matriculado en la Universidad del Sur en California, una de las más costosas de los Estados Unidos por aquella época- en una ocasión en que mi padre me envió una importante suma de dinero para mi manutención y sostenimiento allá, la tentación y el deseo de poner tierra de por medio de todo cuanto sentía no era lo que yo anhelaba, me pudo. Robé a mi padre esa plata, abandoné la universidad, dejé tirados los estudios de Ingeniería Industrial que él quería yo siguiera porque en sus planes me veía haciéndome cargo de la empresa que con sus personales esfuerzo y capacidad había logrado consolidar en Cali. La que tantos éxitos económicos y sociales nos reportó a quienes éramos su grupo familiar. Le robé” –no hay orgullo en la confesión-. “Pero, no me arrepiento porque con ese dinero viajé a Europa, anduve por el norte de áfrica, correría que me aplacó el fuego que llevaba adentro al permitirme descubrir qué era lo que realmente quería”.
La actuación: su mejor linaje
Los antecedentes artísticos en el medio actoral le vinieron, a él y a su hermano menor Luis, quien fuera destacado cineasta con reconocimientos dentro y fuera de Colombia, por parte de los Scarpetta y los Di Doménico, dinastías napolitanas. “Mi padre” –evoca Sebastián Alberto (así, con esos dos nombres lo bautizaron)- “hacía cine doméstico. Con una cámara de 16 milímetros que tenía filmaba nuestros cumpleaños, bautizos, paseos, reuniones. Y con un proyector programaba funciones a las que invitaba a familias conocidas, amigas suyas y de mi madre. En condición de editor se las ingeniaba para ponerles encabezados a sus filmaciones, como por ejemplo ‘Familia Ospina Garcés presenta’. Al ser gran aficionado al cine su plan familiar, un día domingo, era llevarnos -a su esposa y a sus cinco hijos- al teatro Aristi a ver una buena película. Cine mexicano, por lo general. Mi padre, quien tenía particular gracia para contar chistes, encontró en Cantinflas su paradigma en el humor. Cuando asistíamos a una película americana la veíamos sin subtítulos ya que en casa todos hablábamos inglés. Yo, antes que aprender a hablar en mi lengua natural (español), solté mis primeras palabras en inglés”.

Luis y Sebastián, en la casa paterna del barrio Versalles en Santiago de Cali.

La afición por la actuación y el cine empezaría para Sebastián y para Luis  cuando su padre, que al ser accionista de la firma californiana Paddock era importador, al regresar de un viaje a Europa lo hizo trayéndoles de Italia cualquier cantidad de juguetes que representaban soldados de diferentes países y épocas. “Eran más de cincuenta”, mal recuerda Sebastián, nostálgico pero feliz con la rememoración. “Empezamos a transformarlos, a maquillarlos. Con pinturas les hacíamos bigotes, barbas. Les dábamos identidad propia al ponerles nombres, apodos. Y jugábamos horas, días, recreando historias con ellos”.
Dos o tres años se la pasarían los hijos menores de Eduardo Ospina Delgado y Georgina Garcés Martínez entretenidos en la afición que habría de llevarlos, al hacerse adultos, por los caminos insospechados de la actuación y la dirección de cine. Sebastián se apropiaría en los juegos (era mayor que Luis) del rol de narrador. Y con premeditada intención hacía que su hermano se enamorara de uno de sus personajes para luego, con alevosía, “matárselo”. Todopor verlo llorar.
Allá, en el barrio Versalles de Santiago de Cali; en la casa de la calle 22 norte con carrera 3ra. que fue de sus padres; sobre la propia Avenida de las Américas que tras hacer un giro cuadras abajo iba a desembocar en la Estación de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia, allá se criaron los hermanos Ospina Garcés. La avenida, con un imponente desfile militar, fue inaugurada entonces por el presidente de la república en persona. Por el mismísimo general Gustavo Rojas Pinilla.
Allá, en esa casa, Sebastián y Luis disfrutaron su niñez unidos y enfermos -desde tan temprana edad- por la actuación y el cine al que jugaban inventándose, con cajas de cartón, locaciones increíbles; construyendo con ellas, con las cajas, pueblos enteros como los que veían en las películas que de ‘vaqueros’ su padre les traía de los Estados Unidos (filmes del Sheriff Hoppalong Cassidy, de Roy Rogers, de Gene Autry) con casitas y calles pintadas tal cual aparecían en las proyecciones que no se cansaban de ver y repetir. Y en una ocasión Sebastián, queriendo copiar lo que ocurría en las películas, guiado por el libreto que le dictaba su imprevisible emoción determinó que sería estupendo incendiar el pueblo. Pueblo que con cajas de cartón y con los soldados de juguete transformados en vaqueros del western americano entre Luis y él se habían ingeniado.
Resultó tan real la conflagración que casi acaban por incendiar, en el barrio Versalles, la casa de sus padres.
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