– ¿Estás seguro Diego? -me dijo con un gesto preocupado.
– Muy seguro. Es importante.
– Está bien, acá lo tenés. Cuídalo mucho, por favor.
– Por supuesto Carmen, quédese tranquila.
Carmen tendría en ese momento unos 65 años, pero la vida la había maltratado lo suficiente como para que parezcan bastantes más. Curiosamente, detrás de todas las arrugas, uno podía distinguir con facilidad un rostro rebosante de amabilidad e inocencia, propio de quien creció alejado de la ciudad. No obstante, no pude mentirle. Y no porque no fuese perfectamente capaz, sino porque no se me había ocurrido ninguna historia lo suficientemente creíble. Es sabido que el hombre recurre a la verdad sólo cuando anda corto de mentiras. Dudó un poco al principio, pero finalmente accedió. Por algún motivo que aún no alcanzo a comprender, esta mujer confiaba plenamente en mí. Todos, en algún momento, recorremos momentos que trazan una línea divisoria en nuestra historia. Como una carátula que divide la existencia en un antes y un después, separando a la persona que seremos, de la persona que alguna vez fuimos. Para mí, esos tiempos tan extraños acontecieron durante el año 2005. Les pido disculpas, pero como muchos otros mortales, tengo esta ridícula pretensión de encontrarle principios y finales cronológicos a momentos tan azarosos e impredecibles como el amor, la madurez, o como en este caso, las crisis existenciales. Sé perfectamente que es ridículo, pero sepan comprender que esta ilusión nos ayuda a los humanos a creer haber domado a esa bestia llamada “vida”. Al menos hasta que la bestia nos da vuelta la balsa armada de precarias certezas, y nos arroja a la mismísima mierda del naufragio.
-¿Vos creés que vamos a poder, Diego?
-No sé. Quiero creer que si, Tincho.
-Ok, vamos yendo entonces.
Tincho estaba lejos de ser uno de mis más íntimos amigos, pero tenía una cualidad muy rara de encontrar: hablaba solo lo justo y necesario. Y a veces, ni siquiera eso. Y era exactamente lo que yo necesitaba. Teníamos que ir saliendo, el Estadio Ferrocarril Oeste nos esperaba. Esa noche, después de años de esperar, tocaba Whitesnake en Buenos Aires. No sé si lo había mencionado, pero fueron tiempos muy extraños. La bestia se había ensañado conmigo y me estaba dando una linda paliza. Y el gran problema, es que cuando la bestia te pega, te pega sin parar hasta que se aburre. Ni siquiera tiene sentido intentar devolver la trompada. Nunca nadie va a golpear más fuerte que la vida misma. Lo recomendable es cubrirse y soportar estoicamente. Una vez que la golpiza acabó –si aún quedan fuerzas- uno puede darse el lujo de rebobinar la cinta y ver en cámara lenta, cuadro por cuadro, que carajo fue lo que te lastimó tanto. No se puede analizar una crisis estando en medio de ella.
-Bueno Diego, acá estamos…-dijo.
-Acá estamos Tincho, llegó el día.
Había terminado de tocar Rata Blanca. Estaba lloviznando. Whitesnake estaba ahí, detrás del escenario. Tincho y yo respirábamos en absoluto silencio, pero por dentro nos ahogábamos en un coctel de euforia, excitación, alegría y angustia. Se apagaron las luces, se escuchó la voz áspera de David Coverdale gritando: “…This is a song for you…”, y todas las voces del estadio se hicieron un solo grito estremecedor.
-Que increíble que Charly no esté acá para ver esto… -dijo Tincho sin siquiera mirarme.
Tenía lágrimas en los ojos. Charly fue quién durante nuestra adolescencia, plantó la semilla del rock en nuestros corazones. Puso en nuestras manos discos de Deep Purple, Whitesnake, Led Zeppelin. Al poco tiempo entendimos que habíamos tomado un camino solamente de ida. Durante algún tiempo, las noches y la música fueron nuestro reino. Éramos reyes de un mundo sin reglas, y el rock era la estrella que siempre indicaba el norte y nos guiaba a puerto seguro. Charly siempre decía que David Coverdale era el único inglés por el que pagaría una entrada. Yo le había prometido que si alguna vez Whitesnake se reunía, iba a regalársela. Le había jurado que íbamos a ir juntos, pase lo que pase. A Charly le había tocado vivir tiempos incluso más extraños que los míos. La línea divisoria de su vida incluía villanos y banderas, balas y frio. Y muerte. Charly había visto mucha muerte, y eso había profanado irremediablemente su espíritu. Y a veces, el pasado se transforma en un monstruo que devora todo a su paso. Cada tanto, este monstruo clavaba un inmenso e invisible puñal en el corazón a Charly. Lo hería dejándolo sin respiración, obligándolo a ver al mundo en tonos cenicientos. Él no podía hacer nada, más que dejarse herir. Era una herida más profunda de lo que los ojos alcanzaban a ver. Sé muy bien que en esos momentos, el recordaba un mundo de violencia y oscuridad, en donde vivir o morir no era algo que se pudiese explicar con palabras. Un lugar donde el tiempo se medía por las heridas marcadas en la piel. Solo hizo falta un segundo, para que todo el dolor, y todas las lágrimas se hicieran lo suficientemente reales y pesadas como para atravesarle el pecho de lado a lado, como una espada. El tiempo es muchas cosas a la vez. Es enigma, es maestro, es paciencia, es una vida, y a veces, como en este caso, es asesino. Uno no percibe el paso del tiempo, hasta que este deja su marca. En su última carta, Charly dijo que no soportaba más las pesadillas.
-Charly está acá, Tincho. Está presente. –dije.
Mil recuerdos cruzaron mi cabeza. La pasión desbordada por la música, la clandestinidad, el alcohol, los excesos, la amistad. Miré por última vez la caja que me había dado Carmen, y luego de abrirla, dejé caer las cenizas al suelo. Charly se fundió con la lluvia, la tierra y el rock and roll. Yo le había hecho una promesa, y en esa época, yo siempre cumplía mis promesas. Como les dije, fueron tiempos verdaderamente extraños.
“No soy escritor. Soy músico. Pero a veces tengo tiempo libre y no tengo ni un instrumento ni un joystick a mano. Y si tampoco tengo nada interesante para leer, me gusta jugar a ser escritor.
Escribí durante mucho tiempo un blog en tono de humor negro y ácido, utilizando un seudónimo. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, tuvo bastante éxito, al punto de que varias revistas relacionadas al rock publicaron notas y entradas mías. Eso fue lo más audaz que he hecho con la escritura. De vez en cuando, se me daba por escribir alguna que otro texto que no cuadraba del todo en el formato “No me importa nada, los odio a todos”. Una de esas historias es la que me animo a presentarles.”