Un café con Olga Valkiria
Por: René González-Medina
Bogotá, Colombia
Cuando tomó la decisión de irse para Bogotá lo hizo equipada con el ímpetu de su juventud y con la intuición que al guiarla no la dejó echarse para atrás. “Ni pa’ coger impulso”, como recuerda mostrando el brillo de su sonrisa esta mañana de marzo cuando la vida, acólita con el propósito de la cita periodística, nos ha permitido cumplirla.
Es un día normal, como otro cualesquiera en la agitada capital colombiana, del año que nos corre.
Supe que había llegado porque agachado sobre la mesa, revisando mi cuaderno de apuntes adentro del café convenido para el encuentro, sentí cómo una sombra (la de ella) se me echaba encima. Llevaba ya un buen rato ahí, en el sitio convenido, esperándola.
Vuelvo a verla luego de no sé cuántos años. Me ayuda a hacer memoria y conseguimos precisar, entre los dos, cuándo fue esa última vez (antes de ahora) que nos viéramos: en el apartamento de un amigo común, escritor y paisano suyo él, a unas cuadras del café donde ahora estamos. Celebrábamos para la ocasión el cumpleaños de Jotamario, “Jotica” para sus cercanos, uno de los más celebrados y vigentes representantes del movimiento poético nadaísta criollo. Su regalo de cumpleaños al bardo lo llevaría ella, mi entrevistada, afinado en las cuerdas de su guitarra y de su garganta.
-Buena manera de romper el hielo, de ir entrando en calor -le digo, en tanto ella me invita a tomar y a comer algo.
-¿Qué decir de ti que no se haya dicho? -le pregunto a la espectacular mujer que es Olga Valkiria mientras la veo, atenta, ir por el par de capuchinos y la torta de zanahoria que degustaremos para comenzar la charla. Con la intérprete de música popular que en Colombia y en otros países suena ya con avasallante fuerza y desde cuando empezando ella a hacer sus primeros pininos televisivos me invitara al set donde grababa Las noches de Valquiria, tenía yo en pendiente esta nota periodística.
Pretendo dibujarla como es, de pies a cabeza, con mis palabras. Plantar en mi nota la figura atrayente de esta hija del Tolima, carismática y valiente amazona que un día, armada de su voz y de una guitarra y en la flor de sus 17 años, aterrizó en Bogotá para desafiar sus propios molinos de viento.
“Es una fuerza insurgente que me quema, un sueño que me roba el sueño, una meta, un propósito, un imperio que me espera: mi propio árbol de manzanas”, escribiría tiempo después en su libro “Respuestas inútiles a preguntas despiadadas”, cuando bajo el puente –el suyo- mucha agua había ya corrido.
Con la música en las venas
De no haber nacido José Faxir Sánchez, su padre, en el municipio de Planadas, otra historia les habría escriturado el destino a él y a su familia. Pero allá, en esa localidad; en el corregimiento de Gaitania, un grupo de campesinos rebeldes alzaría en armas su insurgencia declarando ese territorio como la República Independiente de Marquetalia. Y contra ella el gobierno de la época, buscando exterminarla, aventó el poder institucional de sus fuerzas armadas en una guerra que al hacérsele a los lugareños eterna se les comería –a muchos- lo mejor de sus mejores años (los sonidos de los helicópteros rumban aun la historia de la “Operación Marquetalia” que al transmitirse de boca en boca nadie en Planadas se permite olvidar).
De ese municipio cafetero localizado al sur occidente de la provincia del Tolima, goteante en las estribaciones de la cordillera Central de Los Andes colombianos y distante poco más de 4 horas de Ibagué, su capital y “Capital Musical de Colombia”, proviene la despampanante rubia que impone ya su voz y su estilo en un género musical que tiene a Arelys Henao como la indiscutible reina pero que, de unos años para acá, le abre paso a ella, a “La Poderosa” como la identifican y promocionan las estaciones de radio; como la anuncian los flyers para los diferentes shows que la presentan en televisión y para los múltiples conciertos que la prometen en vivo.
A José Faxir le heredó la vena para componer. Su padre, entre el centenar de composiciones que dejó escritas (murió siendo relativamente joven), dejó una que es auténtico himno no solo de la región sino y también del país, vals que Olga Valkiria canta en sus presentaciones aguándosele los ojos. “Quiéreme ahora” ha volado lejos, me dice quien fuera la niña consentida del notable cantautor y quien tuviera la dicha inmensa de compartir escenario con él en muchas ocasiones. “Por la cruda realidad de su letra, porque nadie escapa a lo implacable de su sentencia”, carraspea y a capela, casi en un murmullo, me la empieza a cantar: “Por eso amor yo te pido / cuando llegue mi momento / no me pongas flores blancas / ni te me vistas de negro / quiéreme ahora que estoy viva / llena mis labios de besos / para qué llantos y rezos / si nada se siente después de muerto”.
A pesar de la precaución varias cabezas, de algunos de los clientes que a esta hora del mediodía y como nosotros se encuentran también en el café, se vuelven a mirarla.
“Mi familia, en Planadas, vivía bien”. Al referirme su vivencia entorna la mirada. “Papá, que era músico por devoción –le encantaban las rancheras- al tener y cultivar las tierras que eran suyas nada faltaba en casa. Quizá por esta razón no cobraba un peso por cantar, lo hacía de forma gratuita pero selectiva con sus amistades. Quizá por esto y por sus magníficas cualidades artísticas, era el serenatero por excelencia del pueblo. Y de la zona toda. Era, en verdad, muy apreciado. Muy querido”, me reafirma que alguna vez en Facebook, al darle yo like a una foto suya donde aparecía con sombrero vaquero y con un puro apretado entre los dientes, me tomó del pelo al responderme con un “jajaja” diciéndome que a mí (las mujeres) me gustaban “rubias y malas”.
Entre la alegría de la remembranza no falta la lágrima: al colársele, el sentimiento le quiebra la voz. Le estruja el recuerdo.
Todo en su pueblo iba bien para José Faxir hasta que a un amigo que había hecho entre los militares que la “Operación Marquetalia” soltó en Gaitania, se le ocurrió invitarlo para que le amenizara una reunión. Haber aceptado se le convirtió en pesadilla pues la guerrilla, al enterarse, se presentó de improvisto en su casa acusándolo de ser informante y auxiliador del ejército. Y amenazándolo de muerte.
Buscando salvar su pellejo y el de su familia el cantautor mal vende sus tierras aceptando, como promesa de pago, algunas Letras mercantiles posfechadas a largo plazo. Letras, la mayoría, que no hubo poder humano le ayudara después a cobrarlas.
De esta forma José Faxir y su familia se vieron obligados a abandonar Planadas. Desplazados huyeron rumbo a Ibagué, capital regional del departamento.